La pista de hielo significó para mí el descubrimiento del escritor Roberto Bolaño quien con los años y una entrega permanente de escribir, escribir, escribir, pasión y desafío, ha logrado alcanzar la altura de rutilante estrella en el universo del mito literario. Para mi fue todo un placer conocerlo poco antes de su no deseado fallecimiento. Fue en Sevilla donde como invitado de calidad renovadora participó en unas jornadas sobre la nueva narrativa latinoamericanas organizadas por la Fundación J. M. Lara. Las jornadas significaron la presentación por parte de Seix barral de títulos de esa generación de escritores. La apertura corrió a cargo de Cabrera Infantes otro fallecido de grato recuerdo. La pista hielo me la ofreció y recomendó Nair, la responsable de prensa de Seix Barral.
Abordé pronto su lectura debido a esa pasión desde niño, heredada de mi padre, por la lectura de novelas policíacas. Libertad literaria que en la dictadura de Franquito se podía ejercer sin peligro de ser citado al cuartelillo por sospechoso y marxista del pueblo y pasar por el corral donde tarde o temprano se terminaba por cantar la ficción forzada de culpable por parte de quienes manejaban con placer y soltura los vergajos. Lo cierto es que ese patinaje literario con entrada y salida de los más diversos personajes me conduciría a leer todo Bolaño, lo que significó introducirme más y más en el universo creativo del autor que, aparte del mito y su coronación literaria, como todos los grandes autores, no envejece. Un fruto literario que se mantiene fresco por ser una lectura que dentro de su personalísimo mundo constantemente se renueva en ediciones sucesivas y populares como esta en colección Compactos de 2013.
Sus historias narrativas siempre presentan un desfile de personajes poco habituales en literatura a los que suele llenarlos de vida desnuda y conflictiva, cada uno de ellos esclavo de sus propias circunstancias que Bolaño expone en sus novelas y relatos con peculiar estilo narrativo.
La pista de hielo transcurre en su mayor tiempo en un camping en temporada de invierno y el meollo de la trama se sustenta sobre tres versiones de un crimen donde el narrador ha situado la historia en una estación del año sombría y solitaria en la que le es fácil refugiar a sus indocumentados y marginados. Acierto, pues, mal podrían colocarse estos protagonistas sorprendentes y tiernos en la lúdica estación veraniega. Desde este decorado real toman vida personajes del complejo y doloroso mundo semiclandestino de la inmigración “los sin papeles”, sudamericanos en el exilio junto a esa otra muchedumbre humana de los marginados y derrotados que transitan dentro de nuestra sociedad allá por los años ochenta, que intentan vivir, salir adelante soportando las situaciones más precarias.
Personajes, propios de sus involuntarias circunstancias en las que se desenvuelven, siempre esquivando ser recubiertos y tratados como “sin papeles” y marginados, en una insegura apuesta de poder salir adelante. Y en este campo el más inquieto y representativo protagonista es un poeta mexicano desarraigado que ejerce en la oscuridad de la noche como vigilante nocturno en ese complejo lúdico. Allí teniendo como centro de acción la pista de hielo, se hallarán las claves que Roberto Bolaño va descubriendo con sorpresas de su repertorio literario. Su capacidad de observar la realidad e interpretarla de forma singular ese pulso narrativo que lo caracteriza y ese humor feroz y magistral para atrapar al lector desde el principio de la contestaría historia. Esas son las claves que lo han convertido en un autor de preferencia de actualidad constante.
Francisco Vélez Nieto
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