En un principio parece que psicológicamente no es bueno tener conciencia de culpa ante algo malo que uno haya hecho. Parece que lo recomendable es ser siempre positivo y no detenerse en los aspectos negativos de la propia vida, no solo porque pueden producir un daño psicológico obsesivo, sino porque parece que no conducen a nada que valga la pena.
Detenerse en ver lo negativo tampoco parece estar en el mundo de lo real por cuanto las cosas negativas de la propia vida también son relativas si se ven en el conjunto, en el que indudablemente se observan unos contrapuntos positivos incuestionables.
Esta mentalidad, me parece que ha calado hondo en la sociedad en los últimos 50 años, y muy concretamente en los ambientes cristianos. Los que sean más jóvenes no lo recordarán, pero hace bastantes años, en ambientes cristianos existía una mentalidad de prevención permanente porque se veía pecado por todos los lados. Si nos remontamos a un siglo atrás podemos ver textos escritos en publicaciones de tipo espiritual o moral cristianas en donde esa obsesión de ver pecado por todos los lados era algo enfermizo.
Pienso que no han hecho bien a la religión católica esos autores, aunque haya sido con la mejor intención, no porque no tuvieran razón en algunas cosas que sostenían en sus escritos, sino porque las cosas hay que explicarlas.
Es verdad que fue Pío XII quien apuntó que uno de los peores síntomas de nuestro tiempo es la pérdida de sentido de pecado. Esta idea también la recogió San Juan Pablo II. Tanto uno como otro la explicaron a fondo. Otra cosa es que no haya quien les haya escuchado o leído.
Hay que reconocer que el sentido de culpabilidad, en principio, no es malo, porque es el comienzo de la humildad y el comienzo del camino que lleva a pedir perdón. Quien piensa que no tiene que pedir perdón a nadie, es un soberbio que además se equivoca; está fuera de lo real, porque los seres humanos siempre generamos roce y hemos de suavizar nuestra propia aspereza pidiendo perdón, no solo a Dios, sino a los demás.
El sentido de pecado es un caso particular del sentido de culpabilidad cuando la culpa propia de alguna actuación se refiere a nuestras relaciones con Dios. No es malo tener sentido de pecado. Otra cosa es ver pecado por todas partes, lo cual es fruto de una mala formación ética y moral.
Los años de vida profesional me han llevado a darme cuenta de que quienes más reconocen la presunción de inocencia son precisamente los jueces y fiscales, y precisamente quienes menos se detienen en ella son los que menos sentido jurídico tienen.
Algo parecido sucede en la vida moral. Quienes más a fondo conocen la ciencia de la moral son los que más en cuenta tienen todas las circunstancias del comportamiento humano y por tanto, los menos extremistas, los más ponderados y los más juiciosos al tratar algún caso concreto. Sin embargo, los malos moralistas son los que, o no ven pecado por ninguna parte, o ven pecado por todas partes, pero en uno y otro caso como consecuencia de su falta de ciencia y de su ignorancia.
Tras los años del Concilio Vaticano II se creó un ambiente de triunfalismo vacío en muchos ambientes eclesiásticos que reaccionó, sin razonamientos solventes, contra ese ambiente anterior de considerar todo pecado; pero curiosamente, sin leer los documentos del Concilio.
Ahora estamos ya de vuelta de esa moda de aquellos años. Pero siempre estarán en el ambiente tópicos no justificados a los que hay que hacer frente con la razón. Y uno de ellos es el que hace referencia a la culpabilidad.
En los mejores manuales de liderazgo se enseña a quien quiere serlo, que el verdadero líder debe tener la suficiente honradez como para asumir su propia culpa, e incluso la de sus subordinados, ya que ellos no habrían cometido esos errores si el líder los hubiera guiado de tal manera que estos se hubieran conducido correctamente.
No entiendo por qué los líderes tienen la oportunidad de que se les enseñe la bondad de asumir las propias culpas y en cuanto a los demás se ve mal que seamos líderes, al menos, de nosotros mismos.
El sentido de culpabilidad es positivo. Pero igualmente positivo es dar solución a esa situación. El sentido de culpabilidad es bueno a condición de que se busque salir de él. El sentido de culpabilidad es bueno en la medida en que es y debe ser transitorio, para obtener algo bueno, no para permanecer en él. Del sentido de culpabilidad hay que salir.
Hay dos salidas en falso del sentido de culpabilidad: La primera consiste en ahogar la propia conciencia y creer que porque ya no habla, no argumenta nada. La segunda es martirizarse estérilmente sin hacer nada por salir de él.
La salida lógica del sentido de culpabilidad es la reconciliación, y esta pasa por la petición de perdón.
El sentido de culpabilidad deja de tener sentido en el momento en que se obtiene el perdón. Lo contrario supone no creer en el amor de quien ha perdonado. Una prueba de amor y de humildad es la de perdonarse uno a si mismo cuando hemos sido perdonados por aquel a quien ofendimos.
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