Ahora que tengo la suerte de disfrutar de unas vacaciones, aprovecho para intentar tomarme la vida de otra manera, no es que desprecie cómo me la tomo durante el resto del año, lo que quiero decir es que, con la calma que te da no tener que pensar en el tajo del día a día, me paro más a contemplar y analizar lo que me ha pasado, lo que me está pasando y lo que me puede pasar. Y no sólo a mí, sino a todo lo relacionado conmigo, y como intento relacionarme con muchas cosas por el bien que supone la diversidad, la reflexión se puede hacer ardua, lo sé, aunque productiva. Y es que para los docentes el periodo de análisis del año no suele coincidir con la navidad y fin de año, sino que coincide con el final del curso lectivo. Pero no se trata de año nuevo, vida nueva, de fijar el comienzo de… un dejar de fumar (porque yo no fumo), un hacer régimen de comidas, un estudiar inglés o un hacer deporte a menudo. Es algo mucho más profundo.
Metido en mi faena y durante una comida (porque la faena es intermitente y surge en cualquier momento), uno de mis hijos me dice que no le gusta el telediario porque no ponen nada más que cosas malas. Difícil refutar ese comentario, sobre todo cuando acaban de hablar de la hambruna que hay en Somalia. Me quedé pillado, sin saber cómo defender una postura proinformación. Dudé, dudamos los dos adultos a la mesa, finalmente se nos ocurrió decir que así es la vida, con sus cosas malas también. Y como agarradera tuvimos la suerte de que lo siguiente que ya estábamos oyendo hablaba de los éxitos de los chavales sub-19 de la roja. Así es la vida, hijo, agridulce, fue la frase final con la que terminó la conversación, espero que productiva para los niños. Y ahora pienso que menos mal que no preguntó nada del adelanto de las elecciones, porque …
Y sigues con tus recién estrenadas vacaciones (mis responsabilidades docentes no me dan los dos meses que a mis compañeros) y con la faena. Entre tanto me pongo a leer el libro que por mi santo me regalaron, “El bolígrafo de gel verde”, lo que termina de rizar el rizo. Reflexionar leyendo reflexiones de una vida ajena, más o menos inventada, cuesta un sobreesfuerzo que empieza a pesarme. Leo con avidez con un ánimo doble, por un lado para saber qué pasa finalmente en esa historia y otra para terminar cuanto antes y poder seguir mi faena sin interferencias.
Termino e inmediatamente ya estoy metido en otra historia, una que tenía pendiente y que me recomendó quien mejor me conoce, “El médico judío”. Y lo hago sin darme cuenta de que me puede suceder otra vez lo mismo y mi faena siga eclipsada o adulterada.
Busco entre el trajinar diario momentos que sean propicios para seguir “viendo” la vida, y es difícil, unas veces por unas cosas y otras por otras, casi siempre relacionadas con tener a tres niños pululando a tu alrededor buscando salir de lo que ellos llaman aburrimiento. Y es que ahora los niños se aburren de otra manera a como lo hacíamos en mi época, se aburren de pronto, y lo hacen sin remedio, o mejor, no saben poner remedio. Tienen dosificados los tiempos para los juegos tecnológicos y para los dibujos animados, en mi casa es así por decreto, pero carecen de la suficiente imaginación para buscar alternativas que no tengan que ver con ellos. No suelen ser capaces. Esto, sin quererlo casi, me lleva a analizar, a pensar, a imaginar cómo sería mi vida si yo ahora fuera un niño. Miedo me da.
Salgo a la calle por la mañana en días laborables, algo que no sucede el resto del año, y veo cómo es el pueblo a esas horas. La referencia que tenía era lo que me cuentan y ahora lo palpo comprobando lo cierto e incierto de lo que mi mente había asimilado, teniendo en cuenta, claro, que es verano y seguro que en invierno muchas cosas cambian. Y compruebas cómo las gentes pasan de un lado para otro haciendo sus vidas. El típico viejo apoyado en una valla guardaaceras a las puertas de la plaza de abastos, viendo a la gente entrar y salir de compras, fijándose mucho más en mujeres que por el calor suelen ir ligeritas de ropa. El tópico del que aparca en cualquier sitio porque le da la gana sin pensar en los demás está también presente mucho más de lo que deseara. Ves a los jóvenes (que en Cabra son chivatos) con cara de sueño que en época vacacional se acostumbran a levantarse cuando les da la gana, normalmente porque también se han acostado muy tarde. Te cruzas con gente que está de vacaciones en el pueblo, gente de aquí que no desaprovecha la ocasión para aferrarse a sus raíces; unos vienen dejando claro que esto se les queda chico y otros te hacen saber la envidia que te tienen porque resides aquí. En fin, muchas y muchas vidas diversas que ahí están y que nada tienen que ver con la tuya. Cada uno con la suya.
Y yo sigo buscando esos escasos momentos del día para diseccionar todo lo que el año ha dado de sí, para ver cómo está el presente y para prever, al menos, el futuro inmediato. Mi faena. Me llevará todo el mes. Luego el curso empezará de nuevo, y espero llegar a él renovado, claro, impoluto, dispuesto a retomar con ilusión otros once meses de vida. Porque lo quiera o no, pasa la vida.
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