Sin haberlo anunciado y siguiendo mi instinto, un día decidí que no iba a escribir de política, al menos durante bastante tiempo, y ahí está la hemeroteca que lo demuestra. Según lo que iba captando de algunos de mis lectores la mayoría se inclinaban por leerme más gratamente cuando en mis textos me alejaba de la política pura y dura, de los partidos y de los abducidos por ellos y que no son capaces de ver más allá de las consignas que le marcan.
Y a pesar de que se van acercando las elecciones municipales voy a seguir cumpliendo con mi autocompromiso, y eso para alguien que siempre ha estado muy atento a la política local y general, que sigue impertérrito el patético día a día y que valora la importancia de la política democrática como motor de progreso, no es nada fácil.
Así que hoy voy a hablar de amistad, de un amigo de esos que cuentas con uno de los dedos de la mano, aunque en él se una como la uña a la carne la actividad política. Evidentemente se trata de Manolo Carnerero y espero que algunas cosas de las que voy a hablar no le molesten, porque van a estar escritas desde la colina de la sinceridad y del respeto más profundo, amén del cariño que le profeso.
No sólo jamás he ocultado la amistad que nos une, sino que la he llevado a gala sin importarme lo más mínimo ante quien lo he hecho.
A Manolo lo conozco desde hace muchísimo tiempo, éramos adolescentes que coincidimos en el BUP, él llegaba del Andrés de Cervantes y yo del antiguo Cruz Rueda, por lo que anteriormente solo de vista tenía conocimiento de él. Eso cambió pronto porque conectamos bastante rápido. En aquellos momentos de transición política ya compartíamos el ideario del cambio, por lo que nos tiraba la izquierda ante los muchos nostálgicos que, muy bien situados económicamente, seguían las doctrinas conservadoras.
Si tuviera que calificar académicamente a Manolo en aquellos años de bachillerato podría decir que era un estudiante más que sobresaliente. Con la política educativa actual podría haberse estudiado sus capacidades intelectuales y me atrevo a decir que en la mayoría, si no en todas, le hubiera salido sobredotación en su intelecto, es decir, altas capacidades que en términos coloquiales sería superdotado. Se aburría en las clases porque para él era sencillísimo asimilar los conocimientos. Y sus notas eran claramente sobresalientes, aunque en alguna que otra ocasión las bajaba adrede para que los demás compañeros de clase no lo tacharan de empollón, que no lo era, repito, porque no lo necesitaba. Esas cosas me ponían de mala leche, y se las recriminé con dureza porque consideraba y considero que eran una gilipollez. Mil veces le decía que lo que dijeran los demás no debería importarle, pero en los estudios y en la vida en general, siempre que tú no estés haciéndole daño a nadie.
Como jóvenes de la época nos unía el gusto por practicar algunos deportes, yo era más de fútbol y él era más de baloncesto, y fueron muchas las tardes que nos llevamos jugando en el Poli, a veces con más gente y otras incluso solos los dos. Yo era mejor con el pie, pero él era mejor ante las canastas, sin lugar a dudas.
También eran frecuentes nuestros paseos nocturnos, más bien de madrugada, una vez que se acababa la noche en común con los demás, empezaba nuestra caminata por las calles de Cabra. Hablábamos de lo divino y de lo humano, nos reíamos tanto como nos poníamos trascendentes. Temas de conversación, todos, dependía de la noche, de lo vivido ese día, de si nuestros sentimientos dejaban de ser furtivos y poco a poco se consolidaba esa amistad. Ya hablábamos de cambiar esto y aquello en nuestro pueblo, quizás con demasiadas quimeras en los bolsillos y poco dinero, que nos daba para un par de bolsas de pipas.
Pero eran tiempos para soñar, para dejar atrás una España gris que Manolo sufrió con larguísimas temporadas de ausencia paterna por tener que emigrar a buscar el sustento en Francia. Porque eran tres hermanos, luego vino Jorge a completar el cuarteto de varones que con una fuerza increíble sostenía en “DO mayor” Sierrita, su valerosa y bondadosa madre recientemente fallecida. Recuerdo que ambos llevábamos a gala el pasado de nuestros abuelos, y él se sentía, y se siente, orgulloso de que los suyos fueran los que vendían carbón para las cocinas antiguas y para calentarse en invierno con el picón. Humildes, pero honrados, algo que a Manolo lo califica también perfectamente.
De su etapa universitaria mejor no hablar, su estancia en Córdoba no voy a calificarla de crápula, pero pienso que Manolo se confundió, tanto de carrera como de maneras de vivir. Derecho no era lo suyo, pienso que ya la política la llevaba tan adentro que Ciencias Políticas hubiera sido una buena posibilidad. Pero donde de verdad creo que podría haber dado su verdadero potencial es en la enseñanza del inglés. Si su timidez la ha superado para debatir en los Plenos municipales, lo mismo la hubiera roto delante de unos chavales que había que motivar para que aprendieran idiomas.
Y es que a Monolo el inglés se le daba especialmente bien (se le sigue dando bien porque hace unos años superó el B1 y el B2 sin mayor dificultad, después de no haberlo practicado en 30 años), tanto asimilarlo, hablarlo y escucharlo. A mí me ayudó a superar esa asignatura en los primeros cursos de BUP, yo llegué al bachillerato con una base de inglés prácticamente nula, y las clases para mí eran en inglés como si fueran en chino mandarín. De ahí que me quedara para septiembre, y gracias a que Manolo me ayudaba en verano a entender, lo que para mí era tan complicado, pude aprobar. Tras la clase de inglés siempre una partida de ajedrez y a escuchar un poco de música, que lo último a mí se me daba muy bien. Viendo ahora cómo mi hijo está a punto de acabar el Grado Universitario de Estudios Ingleses me río yo de los genes. El que yo aún no había aprobado el inglés del instituto es una pesadilla que he tenido que soportar siempre, preguntándome cómo me dedicaba a dar clase, cómo podía ser profesor ahora en el instituto si todavía tenía pendiente el inglés de mi época adolescente… y me sobresaltaba en la cama. Durante mi prejubilación no la he vuelto a padecer, ojalá haya desaparecido para siempre.
Pero ha sido la política la que ha marcado en Manolo el resto de su vida, durante muchos años ligado a Izquierda Unida, de la que era su cabeza visible y el concejal que siempre ejercía de portavoz en el ayuntamiento. Y tras un breve paréntesis de ausencia política volvió, ahora en Unidad Vecinal Egabrense, donde ha focalizado todas sus energías en centrarse en Cabra, lejos de cualquier partido político de índole estatal. Sé que es un buen político, tanto como malo lo sería yo, que para esas labores admito que no sirvo. Siempre he admirado en él su saber estar en los Plenos, su enorme preparación de los mismos, su talante siempre reposado, su crítica siempre constructiva, y huyendo del aberrante ‘y tú más’ tan frecuente en algunos políticos locales. Y lo mismo que digo lo bueno, cuando veo que hay algo que no me gusta no dudo en decírselo, y le he dado caña, pero él sabe que lo hago desde la buena fe intentando ayudarle, por eso me lo acepta, supongo que también por nuestra amistad. Otra cosa es que luego me haga caso…
El amor llegó con Manoli, no podía dejar de decirlo, que en la sombra siempre ha supuesto para Manolo un bastión en su vida muy, pero que muy importante. Formaron una familia con Noemí y Sergio, y se les ve, a pesar de los tropiezos que nos pone la vida, felices y contentos.
Me encanta cuanto nos encontramos a solas, cuando quedamos y volvemos a hablar de las cosas como cuando de adolescentes caminábamos por las calles de Cabra. Y siempre le digo lo mismo, “ojalá todos los que te halagan por la calle luego te votaran”, porque Manolo puede pasar por ser el más querido, el más apreciado y respetado de los alcaldables, pero no el más votado. Ojalá eso un día cambiara, sería el sueño que sustituiría mi pesadilla del inglés.
Este artículo, algo largo, podría serlo muchísimo más, porque cuando hablas de amistad y la centralizas en alguien como Manolo se puede empezar a escribir, pero es muy difícil terminar porque siempre te van a quedar cosas en el tintero. Me han quedado un montonazo, evidentemente, pero bueno, así las hablaremos la próxima vez que nos encontremos a solas.