Difícilmente podría esperar al iniciar la lectura de esta novela, que un niño solitario de corta edad andaba de un lugar a otro perdido en el aeropuerto Hamburgo, pudiese llegar a situarse como uno de los primeros protagonista al comienzo de tan envolvente historia literaria, para luego en el segundo capítulo todo se convierta en un salto asombroso la narración de esta intrínseca historia con una personalidad propia, envuelve la acción de la trama que se avecina aventurera, de exigente atención que las circunstancias del personaje principal de la aventura que ofrece al salir de la cárcel para enrolarse en el ejército.
Un trabajo modesto, sin ambiciones, suficiente con que le pueda ofrecer la seguridad tranquila para hacer un alto en el camino que le espera en su laberinto de persona inquieta, deseando poner orden en su propio pensamiento y análisis de la vida comunitaria sin muchos problemas, pues su condición tiende a calentar poco cualquier asiento, por lo que se verá obligado a las trampas y el desvarío sin admitir, si es posible. Responsabilidades, que provocan extrañezas capaces de alterar el ir y venir de un lado para otro del aeropuerto de Hamburgo que no es una simple calle cualquiera por su camino habitual.
La oferta de poder saborear con tranquilidad y disfrutar de tan atípica lectura, que nos lleva como lector a situamos en esa ciudad alemana, ante un niño que habla un idioma incomprensible se encuentra abandonado en el aeropuerto.
Vietnam, 1966. Un joven Voluntario se alista en la Marina para romper con su anodina vida en una granja de Iowa. En Nuevo México, una comuna de amor libre engendra a un chico. Forzado por una rama clandestina del gobierno de Estados Unidos, Volun acepta una misión engañosa y terrible. En adelante se llamará Tilly. Cada proceso de búsqueda entraña una nueva destrucción.
Tres hombres que observan al niño solitario en busca de identidad. Una historia de padres e hijos que no lo son. Y la inexorable violencia que los aglutina a todos como una matrioshka. La búsqueda de alguna persona responsable del niño solitario que solo habla un revoltijo de palabras, que nos lleva a recorrer el aeropuerto buscando la solución entre todos. Un entretenido capítulo que al fin descubre que el niño está “olvidado” con mala intención por parte de su posible padre. Por fortuna disponemos de la mayor destreza de Scibona es su habilidad para insuflar a cada personaje de una vasta profundidad psicológica para explorar su culpa, duda y humanidad. Esta novela premia la lectura atenta y merece una amplia comunidad de lectores. “De al fin, todo tiene su fin”.
Salvatore Scibona nació en Cleveland, Ohio. Estudió filosofía y matemáticas en Santa Fe, Nuevo México, y obtuvo una maestría en el Taller de Escritores de Iowa. Su primera novela fue finalista del National Book Award e incluida en «los libros del año» de Granta.
De forma sorpresiva un dominio del lenguaje y demuestra el don para dramatizar el influjo de la historia sobre el destino individual, la libertad de poder sentirse algo palpable. La novela adquiere un poder real a medida que sus personajes, acertadamente imaginados, intentan dar sentido a un mundo que a menudo nos va ofreciendo esta novela valiente y gratificante, que nos obliga a meditar si no es a fin de cuentas, todo el crucigrama de oculta crítica que se desarrolla en un aeropuerto internacional alterado por la presencia de un niño abandonado.