Adentrarse por los vericuetos en la lectura de esta viva aventura literaria, dedicada al geógrafo y navegante Américo Vespucio, traducida al español por el siempre recordado Joan Fontcuberta, es para mí otra estrategia de escapar de la estética y cantinela política del discurso de su Majestad. Silabeando la tragedia social de clases que nos vemos obligados a soportar. Y puede un lector decir, “Pues vuélvele la espalda a los pregoneros y además tápate los oídos”. Pero no es tan fácil como este posible lector aconseja. Eso sí, es un placer tener como defensa para el desasosiego leer un buen libro. En esta ocasión de la mano de Stefan Zweig. Que me lleva a navegar sobre prosa diáfana y atractiva. Introduciéndonos en el sí y el no, buscando la forma de despejar la incógnita de Américo Vespucio, que fue algo más que un simple y hábil aventurero en la inmensidad deseada por tantos otros. También fue cartógrafo, astrónomo, comerciante y explorador del continente que lleva su nombre. Fruto de su firme investigación sobre los hechos del descubrimiento.
Una defensa en la búsqueda de lograr la verdad sobre el protagonismo histórico en el descubrimiento de América, de un personaje poseído de una fe incansable y desde una postura heterodoxa, libre de oscuridades y méritos para beneficio propio. Él nunca se empecinó en que su nombre se impusiera como legitimación del nuevo continente y así lograr pasar a la inmortalidad. Nunca insistió en ser ese personaje tallado para la historia de todo un planeta. Era sencillo y metódicamente laborioso. Seguro de sí mismo en ese combate dialéctico sostenido por amigos y enemigos difamadores de su apuesta por una realidad de la que mostró palpable tras sus cuatro viajes al nuevo continente. cuando es posible que él mismo ignorase tal distinción para perteneces de forma imborrable el privilegio de tan alta designación ante la humanidad de todo un planeta. De un contiene llamado América que con los siglos sería protagonista de visitar otros hemisferios vecinos al planeta Tierra. Luego “Entonces, ¿por qué lleva su nombre el continente? Se interroga a sí mismo Stefan Zweig, entusiasta apasionado de un Américo Vespucio, en esta admirable y atrayente narración biográfica, en la que no toma partido, pero enfrenta criterios en ambos sentidos. Pensando ante una posible realidad de la titulación, posiblemente por el propio clamor de muchos intereses creados en los diversos mundos de la navegación, los países y los avariciosos negocios producidos por las nuevas tierras, de ingente y rica geografías, esta insistencia de Américo, reparo, fuera responsable de ese bautismo histórico que fue bautizado con el nombre de América.
Nació este grandioso protagonista de la historia del Descubrimiento el 9 de marzo de 1454 en Florencia –República de Florencia- y falleció un 22 de febrero de 1512 en Sevilla –Corona de Castilla a la que regreso tras su posible cuarto viaje a América. Volvió pobre y calumniado. Olvidado por todos y ante la dejadez de los poderosos que tanto lo utilizaron para sus bienes. Con ruegos de necesidad para cubrir su existencia y la de los suyos, logró recibir una renta que le permitió vivir junto a su mujer e hijo en aquella Sevilla, capital del mundo. Cuanta tristeza viviría por sus estrechas calles escuchando los sonidos musicales del campanario de la catedral y el contemplar a orillas del Guadalquivir el ir y venir de los barcos del Nuevo Mundo.