Con estas temperaturas que estamos padeciendo este verano, las ideas se churruscan antes de que afloren en el cerebro y cuando lo hacen tenemos el ventilador tan fuerte que se van volando desvaneciéndose antes de poder atraparlas. El mero hecho de pensar ya te agota y si no lo haces te encuentras falta de algo, como vacía. El caso es que habrá que ponerse las pilas y ponerse manos a la obra aunque nos convirtamos por el calor sofocante en cenizas. Nunca mejor dicho pues me va a dar pie para hablar un poco del gran negocio que se cierne alrededor de la muerte.
La cultura que tenemos en torno a la desaparición de este mundo para cruzar el umbral hacia lo eterno es como poco, curiosa y compleja, y aunque reconozco que ha cambiando mucho últimamente, sigue resultándome peculiar y en cierto modo interesante y extravagante.
El dinero que es el eje donde gira todo lo habido y por haber, ha marcado siempre las diferentes clases sociales y por ende sus comportamientos, pues aunque a todos les gusta lo bueno, si carecen de peculio tienen que conformarse hasta donde les alcance su bolsillo. A primeros del siglo pasado los pudientes transportaban hasta su última morada a sus seres queridos en coches de caballos debidamente ataviados con mantas y plumeros en las cabezas, amen de los cocheros con uniforme reglamentario, curas y monaguillos junto con músicos y plañideras, según el importe de la minuta, formaban parte del cortejo fúnebre camino a lujosos panteones o sepulturas varias. Los más pobres (que no de espíritu), iban en un carro tirado por los mismos familiares hacia una fosa común. El tiempo pasa y las modas van cambiando, así como la sociedad, y los coches de caballos dan paso a los coches con caballos de potencia, que en vez de funcionar con alfalfa, lo hacen con gasolina y como el cortejo entorpece el tráfico, se simplifica y cada uno llora a su muerto, curas y monaguillos se quedan en las iglesias y el que quiera oír música que lo haga en un MP3 y listo.
Como tenemos la mala costumbre de morirnos todos, haciéndonos eco de las palabras del Génesis “polvo eres y en polvo te convertirás”, hace tiempo está la opción de incinerar los cuerpos, porque con las prisas que nos agobian, para que esperar la desintegración de la materia a su ritmo, si en cuatro o cinco horas estamos ya hechos polvo.
Ahora nos planteamos que hacer con las cenizas y como imaginación no falta hay varias alternativas: se pueden hacer cuadros, yo he visto algunos y puedo decir que sin saber de lo que se trata, son bonitos y quedan hasta decorativos, lo malo viene después, cuando te enteras que ese prado tan vistoso con la casita al fondo y un rio circundante, son las cenizas de tu pariente. Otra modalidad son las joyas, y puedes llevar en un colgante, en una pulsera o anillo convertido en cristalitos a tus seres queridos. Estas sugerencias no están al alcance de todos, como pueden suponer, pero hay otras que son mas asequibles como son, esparcirlas en un sitio preferido por el difunto, bien al viento, bien al mar o bajo un árbol, a cuya sombra, como en el lejano oeste, podrá descansar eternamente.
Evidentemente, sea cual sea el modelo escogido, los gastos son considerables, pues a parte de los puestos de trabajo que generan, (cuando desciende el número de decesos los que hacen los nichos y lápidas se ponen de los nervios) están, los que basándose en la pena y aflicción del momento, sacan fructífera tajada de un negocio que aunque un poco macabro, siempre es seguro y rentable, porque por ahí, tarde o temprano, pasamos todos.
¡Uff! Cuando se tienen los sesos chamuscaos, mejor no escribir, ustedes perdonen.
Comentarios
humor negro pero recatado
Carmen: Me ha gustado mucho tu artículo fruto de unos sesos que se te están achicharrando y que sin lugar a dudas te han llevado a la trascendencia.
Páginas
Añadir nuevo comentario