Es importante que el lector memorice este número: 108.690. Lo voy a repetir: 108.690. Aún lo diré otra vez más, en letra: Ciento ocho mil, seiscientos noventa.
¿Qué indica este número? Indica nada más y nada menos que los abortos cometidos en España durante el año 2013. Es un número que sale de sumar los abortos cometidos en cada comunidad autónoma. El dato fue ofrecido a los medios de comunicación el 31 de diciembre de 2014. Es decir, que las administraciones autonómicas han estado todo el año 2014 contando los abortos cometidos en el 2013. Mucha prisa para cometerlos y poca para reconocerlos, hasta el punto de que cuando se hace público el dato, este es ya un dato sin actualidad. Que cada cual saque sus conclusiones.
Con la cifra de abortos indicada, similar a la de años anteriores, se consolida la costumbre de que uno de cada cinco niños españoles concebidos es asesinado en el vientre de su madre. Con un hecho así, análogo a otros países, esta civilización no puede subsistir.
Quizá esta última afirmación pueda parecer exorbitante, pero en los últimos años vengo oyendo o leyendo a intelectuales que la sostienen, apoyados en esa “magistra vitae” que según Cicerón es la historia.
Efectivamente, no se trata de sostener que la historia se repite, porque no siempre se repite, sino de que es maestra de la vida, es decir, que nos puede orientar acerca de la vida, para entenderla e incluso para acertar en alguna predicción sobre lo que puede llegar a suceder.
En este sentido, he oído ya varias veces que podríamos estar en un fin de ciclo por cuanto otros fines de ciclo en la historia han presentado síntomas parecidos, concretamente los relativos a la impiedad religiosa, la obcecación por el sexo, el desprecio por la vida y la corrupción política, los cuales es evidente que se dan en nuestra civilización en el momento presente.
Por supuesto que una caída de nuestra civilización no tiene por qué presentar el escenario concreto de las caídas de civilizaciones anteriores. Las más antiguas, las del Oriente Fértil, organizadas en pequeños territorios reducidos a veces a ciudades-Estado, cayeron de forma más súbita.
Quizá lo más parecido a nuestra civilización pudo ser el Imperio Romano, tanto por su tamaño como por su desarrollo social. El hombre moderno, en su afán por fijar una fecha para los acontecimientos históricos, tiende a considerar el otoño del año 476 como el momento en que desapareció el Imperio Romano, cuando Odoacro, general de los hérulos, depuso al emperador Rómulo Augustulo y envió al emperador de Costantinopla las vestiduras, la diadema y el manto de este, que solo un emperador podía vestir. Quizá al hombre moderno le hubiera gustado que en ese momento saliera en el telediario un presentador que más o menos dijera: “Buenas noches, les comunicamos que en el día de hoy ha caído el Imperio Romano”.
Pero no fue así. En aquel otoño todo siguió igual. Nadie se dio cuenta de que había caído el Imperio Romano. Sin embargo, desde hacía muchos años atrás ya había indicadores que lo advertían. Ya desde el periodo 235-270, con la “anarquía militar”, el Imperio Romano estuvo a punto de caer. Mucho antes del 476 la política socialista, la parálisis burocrática, la corrupción personal y colectiva, el sexo bruto y la asfixia fiscal hicieron que el Imperio no pudiera con la presión por el norte de los pueblos bárbaros, que se empezó a notar con la derrota militar en la batalla de Adrianópolis en el 378. Lo demás vino después: Desde el 411 los suevos formaron un reino en la zona noroccidental de la península ibérica, desde el 418 los visigodos formaron otro reino en el mediodía de las Galias, los vándalos formaron otro reino en el 429 en el África latina cartaginesa y los burgundios formaron otro reino en las Galias orientales en el año 443. Por ello, cuando en 476 fue depuesto Rómulo Augustulo, del Imperio Occidental quedaba poco más que los actuales terrenos de Italia.
San Agustín en “La ciudad de Dios” tuvo una gran clarividencia de la historia y fue uno de los predijo lo que podía pasar 60 años antes de que sucediera. También hoy hay personas clarividentes. Una civilización que asesina a la quinta parte de sus hijos, evidentemente no puede subsistir. Es una mezcla de obcecación por el sexo y de desprecio extremo por la vida, como nunca había sucedido en toda la historia, que sin duda terminará con esta civilización. ¿Cómo? No lo se, pero ahí hay un indicador. Evidentemente, el derrumbamiento será de distinta manera a las civilizaciones del Oriente Fértil o del Imperio Romano, pero una sociedad así es imposible que subsista. Quizá nosotros no lo veamos, pero sí nuestros hijos dentro de unos años. Basta ver la “pirámide de edad” de nuestras sociedades occidentales para darse cuenta de que dentro de unos años va a pasar algo.
Añadir nuevo comentario