Si algún pescadero, carnicero, frutero…nos hubiese colado tanto material podrido y de desecho, no seríamos sus clientes hace muchos años y estaría denunciado en el juzgado por intoxicación o intento de asesinato.
En cambio resulta llamativo que cuando se trata de analizar el comportamiento gansteril de la oligarquía económica y política que nos desgobierna, automáticamente se recurre al manido cuento de la manzana podrida en el cesto sano que había llegado allí por error, al saltarse -sin que nadie sepa cómo- los controles más rigurosos .
Da igual que haya más de 1000 causas abiertas a políticos y ¡ojo!, empresarios (siguiendo la moda de la cocina moderna ambos ingredientes son el maridaje perfecto para los guisos contundentes a base de chorizo), a lo más que llegan es a un “lo siento, me equivoqué, no lo volveré a hacer más” y sólo cuando son pillados “in fraganti” sin tiempo de borrar huellas.
No nos engañemos, esa maniobra de distracción es tan falsa como el arrepentimiento fingido. La corrupción es el ADN fundamental del sistema económico que España ha patentado: el capitalismo pandillero.
Aunque presenta analogías con la forma típica de funcionar en repúblicas bananeras, estados fallidos y naciones delincuentes, nuestra “variante nacional” tiene rasgos autóctonos. Amparándose en la tradición histórica contemporánea del “aquí nunca pasa nada” han consolidado una banda de amiguetes que se creía impune cuando se trataba de saquear la riqueza colectiva nacional. Sabían que si las cosas se torcían siempre podían contar con el espadón de turno, el militarote que a base de apelaciones a los testículos y a la Patria, mantenía los privilegios seculares de la Casta.
Con sus actuaciones la endémica corrupción se ha potenciado en tal grado que ha terminado por convertirse en el pegamento de los partidos del Sistema borbónico, sean éstos de “ turno” (PP y PSOE ) o de “ orden” (CiU antes de su huida hacia la nada del paraíso “ Pujol”). En los últimos decenios se han dejado enmerdar tanto y de forma tan habitual por los corruptores que ya se pueden dedicar tranquilamente a representar el sainete “Y tú más”. Por la cuenta que les trae nunca franquearán la línea que los llevaría al precipicio.
El gran problema es que esa amplitud de tentáculos, de ramificaciones, ha terminado por contaminar a elementos de otras formaciones en principio ajenas al Bipartidismo. Y aunque en ellas la gangrena sea minúscula genera las suficientes noticias para que el altavoz de los medios de difusión permita gritar a los beneficiarios de la corrupción un socorrido “todos son iguales”. Al obviar porcentajes colocan en una situación incomodísima a partidos que levantaron en su origen el estandarte de la Ética Política. Verbigracia el caso de IU. Saben vender la impresión de que resulta imposible sustraerse a la tentación del dinero fácil y al mantra de “no me seas tonto / tonta que si no te lo llevas tú calentito lo hará otra persona”.
El antídoto es difícil de encontrar. Su aplicación resulta incómoda para quienes pretenden en Política llevar una vida muelle, relajada, sin sobresaltos, a la sombra de los presupuestos generales del Estado. Como país hemos tenido la suerte de verlo encarnarse (eso sí, en contadas ocasiones) en personas concretas, llámense éstas Salvochea, Pi y Margall , Marcelino Camacho o Labordeta.
Hoy podemos encontrarlo en la actuación pública de un antiguo “iluminado”. Se llama Julio Anguita. En su paso por el Ayuntamiento de Córdoba (1979), puesta en marcha de Convocatoria por Andalucía tras el Manifiesto de las Amapolas (1984) y acceso a la coordinación general de Izquierda Unida (1989) siempre habló de lo mismo: programa (ideas frente a palabrería huera), austeridad (control riguroso del dinero público) y decencia.
Aún recordamos como se reían de él los Felipes González de turno o los ruines esfuerzos para desacreditarlo vendiendo la imagen de Mesías ajeno a la realidad. Sobrevivió a los ataques del entonces todopoderoso grupo PRISA que no escatimó plumas ni artillería, a la inquina de la Banca, al odio de los grandes capitales e incluso al “cuerpo a tierra que vienen los míos” de esos correligionarios que cambiaron la revolución por el mullido sillón de alto cargo "psoero". El tiempo ha puesto a todos en su sitio y a él en el lugar que su coherencia merece. Se le escucha y respeta. Los que mandan pueden ser de todo menos tontos, por eso su afán en destruirlo. Lo temían.
Asistimos en estos momentos a un fenómeno similar si lo medimos por la ferocidad de los ataques. Sin embargo esta vez, como mandan los cánones, la Historia se repite como farsa. Le ha tocado ser blanco a Podemos y sus dirigentes (Pablo la pieza deseada, Juan Carlos el segundo premio). Pero a los atacantes les falta credibilidad. Esa que han derrochado acumulando enriquecimientos ilícitos.
Agreden con furia de perros rabiosos, sueltan espumarajos, ladran y a pesar de todo no consiguen morder porque en sus mentes y en sus bocas tienen el escorbuto, la falta de las vitaminas que aportan acciones e ideas limpias.
Es tiempo de corrupción como casi siempre. Lo novedoso es que viene acompañada de esperanza. Como casi nunca.
Por ello es tan importante que los depositarios de las ilusiones colectivas no nos fallen. Esta Ciudadanía hastiada y en proceso de rebeldía creciente protesta pero a la vez se niega a levantar la ceja para que el Zapatero de turno haga de perrillo faldero y mueva la cola mientras reflota la Banca a costa de hundir nuestras vidas o reforma la Constitución a mayor gloria de los especuladores. Ahora, a diferencia de 2004, saben lo que quieren y han visto una parte de la basura acumulada bajo las alfombras de la España oficial.
En esta fase no le vamos a pedir imposibles. Ni agitaremos las banderas que más nos emocionan. Se trata de conseguir el mayor consenso social, potenciar lo que nos une. Nos conformamos por ejemplo con que demuestren que estar rodeados en un cesto rebosante de manzanas podridas (sistema político actual) no les hace corromperse. Y mientras centrémonos en articular la Mayoría que posibilite un cambiar de recipiente en forma de nuevo proceso constituyente.
Es imprescindible mantener la honradez reivindicando derechos. El “No”(a entrar en el engranaje, a poner los interese particulares y de clase por encima de los colectivos, a permitir la pérdida de conquistas sociales tan duramente conseguidas...) es posible. Julio ya lo hizo. Otros antes. Los políticos a los que hoy insulta un Poder oligárquico con los nervios a flor de piel también pueden hacerlo. Nosotros como Ciudadanía crítica seguro que podemos.
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