Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Normalidad coronavírica

Me disculpará, saturado lector, la conformación de una trilogía coronavírica, aprovechando el libre espacio ofrecido, con perdularia osadía, por los anfitriones de esta casa con vistas a la zona sur de la provincia, pues parecía incompleto, cual Adán pululando solitario por entre el vergel del Paraíso, si no destinaba un puñado de líneas a aquello de la «nueva normalidad» que, en mi anterior incursión por las habitaciones de este albergue, tan benéfico como indispensable, había citado con ingenua extirpación de importancia.

Ahora que la izquierda más cínica, mezquina e inepta ha logrado la mayor victoria para la plutocracia, convirtiéndonos en un país de subvencionados, receptores de paguillas públicas, a costa de una subida de impuestos, que repercutirá en las clases asalariadas, de diezmar el erario público y de saturar o atiborrar los límites contendores de la deuda, a riesgo de que revienten o exploten o de que hipotequen a varias generaciones futuras de pobres, o de todo a la vez; ahora que esta izquierda, campeona de negligencias, avalada por una derecha siempre dispuesta a agarrársela con papel de fumar, ha constituido su utopía socialista, conviene aquilatar o siquiera esbozar esa normalidad que se nos avecina.

A la espera del rebrote que inducirá a nuestros gobernantes a rematarnos, confinándonos de nuevo, la plutocracia habrá desmantelado todo el sector obrero de sus infraestructuras productivas, supliéndolo con medios informáticos o trasladándolo a países esclavistas desde los cuales, gracias a la generosidad de la globalización, podrán seguir distribuyendo y vendiendo sus mercancías, disponiéndolas, incluso, para aquellos nacionales a quienes abandonaron, y lo habrán hecho sin el temor a rebeliones o revueltas por parte de una población esporteada al paro o al cobijo de un puente. Pero este estatus de subvencionados, pensionistas de paguillas públicas, migajillas para un pudin escaso ante el previsible maremoto de la subida de precios (¡cómo compensar las pérdidas por el confinamiento!), es un estatus estacional o temporal, con fecha de caducidad, que llegará hasta donde llegue la elasticidad de la economía nacional o los efectos de los narcóticos fumados por los ingeniosos ideólogos del proyecto, si el fin, el cierre del grifo monetario, no está previsto ya. Si la decisión la hubiera tomado la derecha pompier, no le habría salido tan bien la jugada a aquella plutocracia que se hará todavía más millonaria. Sin embargo, la derecha nunca hace lo que debe hacer, sino aquello que se espera de ella; mientras que la izquierda nunca obra como es necesario hacerlo, sino auspiciando el mayor caos y la más ingrata degeneración posible. Hasta no hace mucho, pareció existir un equipo de centro, moderador de barbaries extremistas, que terminó siendo, como todo lo ajeno a los bandos, una ilusión óptica.

La significación del Estado Social (el cual queda dignificado en nuestra Constitución) como un estado de subvención, netamente, emisor de paguillas públicas, no es otra cosa que un fabricante de incapaces, degradante de la destreza y el intelecto, incorporado por quienes se han criado bajo el beneficio de esas mismas subvenciones y no han trabajado en su vida. El Estado Social es un estado que ampara, por supuesto, a los ciudadanos marginados por la suerte, desprovistos de recursos o de medios para obtenerlos por su cuenta, discriminados por el trabajo y las coberturas de seguridad. Circunstancias excepcionales en supuestos excepcionales. No obstante, el Estado Social también es un estado interventor en la economía nacional, con la legitimidad y la fuerza idóneas para alcanzar los objetivos que el individualismo emprendedor no puede lograr. El Estado Social dispone de las armas precisas para reconvertir la industria patria y su tejido empresarial, que le otorgue la adaptación a la realidad quebrantada; para acabar con el privilegio primario del sector turístico y del ocio en el mercado, sesgado y frágil, que reactive sectores secundarios en el marco macroeconómico; para impulsar (hasta cierto punto) la productividad autárquica, que permita un nivel óptimo de autosuficiencia; para propiciar la reindustrialización, que cree nuevos puestos de trabajo. El amplio abanico de facultades del Estado Social es un conjunto o puede ser un conjunto de ejecución transitoria, modelado por periodos, coyuntural, el cual, relanzada la economía nacional, quedaría a disposición de la inversión y el emprendimiento privados. Puede ser, asimismo, un conjunto de naturaleza competitiva, en el ámbito nacional e internacional, manteniendo la producción interior y desafiando las embestidas del libre mercado.

La «nueva normalidad» será un día a día de parados domesticados en sus hogares por la sedación de una paguilla pública, sea a modo de prestación, pensión o «ingreso mínimo vital» (¡menuda ironía!), con la esperanza de una pronta recuperación de la crítica ruina, debacle quizá más duradera que los fondos a repartir. El trabajo es el único factor que fortalece y ennoblece la destreza y el intelecto, y maximiza a la persona. La plutocracia ya ha conseguido prescindir de los costes del elemento humano por la vía del pacifismo, la obediencia, la docilidad, la disciplina y el acatamiento sociales. De requerir tal elemento humano, le bastará con aguardar la expiración de la fase subvencionable, para ofertar puestos con remuneración miserable, demoliendo, de paso, el salario mínimo interprofesional.