Estos americanos (los de EE.UU) no terminan de aprender y apenas si tienen remedio. Que se creen estos americanos que están viviendo todavía como vivían en el “Far West”. Y es que lo del sheriff, el pistolero, el “saloon” y los indios lo llevan tan adentro que por mucho que los tiempos vuelen y las sociedades se asienten sobre otros pilares más consistentes y distintos, estos americanos siguen conservando el estigma de la violencia en lo más hondo de su ser y, lo que es peor y lacerante de todas a todas, continúan exhibiéndolo sin el más mínimo pudor en el siglo XXI ante los ojos del resto del mundo.
Los acontecimientos -llámense matanza, siempre la matanza-, que de vez en cuando suceden en diferentes localidades americanas, como el que padeció Newtown –un pueblo en el que “nunca pasaba nada”- ponen de manifiesto una vez más y ya se pierde la cuenta con este tipo de masacres que la “cultura de la violencia” permanece bien instalada en el sentir de este país acostumbrado a dar órdenes y no a recibirlas, y a la imposición sistemática de sus principios basados sin duda, bajo mi punto de vista, en la doble moral. Y no digamos nada de las numerosas muertes de afroamericanos envueltas en detenciones más que polémicas por parte de la policía estadounidense. Léanse las continuas declaraciones que viene haciendo el presidente Trump y fíjense que en ninguna de ellas habla o se refiere explícitamente al armamento, al armamento que cualquiera puede almacenar en su casa con total impunidad.
La tolerancia excesiva con que el gobierno de los Estados Unidos ha consentido y consiente la compra indiscriminada de todo tipo de armas por parte de sus ciudadanos (para defenderse, argumenta la mayoría de ellos) se le vuelve en contra cada dos por tres en forma de terribles y lamentables hechos como los que hemos expuesto. Y es curioso, porque después vienen las lamentaciones y da la impresión, por lo que se ve en televisión, de que estos asesinatos no han sido causados en su estado último por un fallo del mismo sistema que los alimenta, sino por mentes perturbadas y poseídas (en lo que se refiere a las masacres) Es la interpretación errónea que hace el individuo para que la culpabilidad moral del suceso no recaiga sobre sí mismo. (Creía la madre del último ejecutor que se iba a producir un estallido social de consecuencias imprevisibles y por ello se armó hasta los dientes)
Así que no se meta usted, en los Estados Unidos, con el asunto de la venta de útiles para matar, porque entonces estará tocando el corazón de los americanos para mal. Un tabú tan enquistado, que prácticamente la totalidad de la clase política americana procura hacer de oídos sordos y tratar el tema desde otros ángulos. Tabú que solamente podría derribarse con un cambio profundo de mentalidad. Y ello, hoy por hoy, resulta de tan difícil ejecución en el mencionado país que temo que seguiremos asistiendo desde otras tierras a la visión de escenas tan tristes y desechables como las del poblado de Newtown o las de muertes de ciudadanos de raza negra, escenas más propias de aquel “lejano oeste”, del Far West, y que cobran vigencia una vez más en pleno siglo XXI.