Juego a los pares con un Maduro de la Venezuela rota que se desgrana y un coronel jubilado que espera y espera su pensión sumando años y soledades.
Por estar un poco al tanto de cómo transitan los trenes de vida y consumo, la verborrea de mítines manidos cargados de estadísticas para las plazas vacías y espaldas de los que ya no escuchan. Todo es novela por entrega, diaria desgana y tugurio donde se cobija la política y los pandilleros de “coge el dinero y corre”, eso de que “La justicia es igual para todos”, no se lo cree ni la madre que parió a Panete, por lo que va siendo hora de gritarle a las alturas que hasta en mi pueblo el pimpollo que teníamos, logramos afiliarlo a un partido y enchufarlo de director general de cualquier cosa. Luego no pierdan el tiempo con sus creencias mentales de que somos tontos de babero.
Asomado a la ventanilla del tren de todos sus tiempos sobre las orfandades de los campos, sus paisajes y estaciones, desolados andenes, donde los fugitivos y derrotados dejaron sus pañuelos húmedos de llantos y despedidas, huyendo del hambre y fuego a discreción, tráfico de armas vomitando odio y desvaríos e intereses postizos. Adioses y despedidas, ríos crecidos por llanto y lluvia de orfandades, puentes sobre el vado por el que nunca más discurrirán las aguas. Las vacas de carne y leche pastoreando, sonando sus cencerros, mientras el vaquero va dejando su fandango en el aire: “Yo soy tu novio, / si tú eres Cleopatra / yo soy Marco Antonio.”
Sitúo enfrente de El coronel que no tiene quien le escriba, personaje mágico y triste a la vez, hombre de buena fe, creado por escritor colombiano Gabriel García Márquez, novela publicada allá en 196l que guardó tiempo de espera a la fama en la sala de galería literaria, hasta el estallido de Cien años de magia narrativa. A la espera que le llegara su hora a esa historia del coronel que el propio autor siempre la consideró su mejor novela. Cuyo protagonista es un viejo militar jubilado que ansía la pensión que nunca llega, mientras la miseria se va comiendo sus pocos ahorros, la mujer padeciendo asma y desencanto, con las esperanzas puestas en su gallo de pelea atado a la pata de la mesa, donde comen las sobras del día. Todos los viernes del año se acerca a contemplar la lancha que trae el correo y la distribución semanal a y ver si llega la confirmación de su pensión por los servicios prestados a la patria. Y miro, en el espejo cóncavo de la tragedia que se cierne sobre Venezuela la figura del gritón de Maduro enarbolando la patria como si fuera solo suya y los demás pura murga de la masa con su griterío de corral de vecinos.
Y me interrogo para mis adentros, por si un suponer se da un caso semejante con este caudillo gritón, que ni es dictador ni gobernante, siendo los más probable, que el escandaloso patriotero abanderado con fajín, cada día menos maduro en sus proclamas, tan lejano del pueblito de la América que habla la lengua de Cervantes. Me pregunto, digo, si lo veremos como al coronel de García Márquez llegándose cada viernes a esperar el correo con impaciencia mal disimulada, que el empleado termine de repartir cartas y paquetes, para saber si ha llegado algo para sí mismo. Y no llegó nada y así quince años bajo el sueño de la espera y la miseria y el gallo atado a la pata de la mesa. Llamando a la puerta justicia y esperanza. Y así con esta ficción comparativa al viejo coronel del autor de Cien años de soledad, frente el rocambolesco gritón. Yo calculando, que pese a su furia patriotera, tendrá colocado en esas guaridas fantasmas que todo lo guarda y también reciben los envíos de otros ex caudillos de su geografía y también de los cuadrilleros de la madre España. Imaginemos pues la crónica de ficción con esta pregunta: ¿A dónde podría esconderse protegido con su fortuna el pregonero de farándula justiciera? ¿Será Cuba la tierra prometida cuando el modelo de patria revolucionaria de Fidel tiene las banderas enterradas y el difícil cobijo de exdictadores? Pues hasta en el Malecón la brisa se encuentra mortecina.
De una u otra manera de la ficción de mi crónica, bien seguro afirmo, que pasados los años Maduro estará enterrado en el olvido con su barbarie y su griterío, mientras por los años de los años, seguirá viva y flotando en el aire de la gran literatura ese coronel que no tiene quien le escriba. Y apenas si comen él, la mujer y el gallo.