Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Dos vidas y un solo destino de Joaquín Mellado Esteban

Detallada y honorable descripción esta que nos hace Joaquín Mellado Esteban en “Dos vidas y un solo destino” (Círculo Rojo 2019), en reducido formato a modo de pequeño frasco de perfume, exhalando fragancia dura y clamorosa del reciente pasado histórico extremeño. Reflejo íntimo a la vez, de los infelices años del hambre, que trajo la guerra civil a esta España que no acaba de entenderse políticamente, ni siquiera para esta pandemia, que aniquila vidas, llevándose la poca tranquilidad solazada de los últimos días de la existencia. Ese es el aroma que nos hace llegar con todo sus ingredientes de los sufridos campos extremeños en aquella época, como historia que, mejor conocerla, sabiendo más de su tragedia. Quizás, solo trate del sobrevivir ante la espantosa necesidad.

Esta necesidad no era sino producto del asolamiento que habitó por estas y aquellas tierras, antes y después de la contienda, dejando su rastro de miseria. Esta Comunidad extremeña de la trashumancia, fue duramente castigada y sumida en la desesperación de aquella hambruna, y ahí está la enjundia de la cuestión humana y deshumana. No hace mucho leí provechosamente un libro que me hablaba sobre aquella situación migratoria de intelectuales extremeños y gente trabajadora. Esta obra me reafirma aquella realidad sufrida en nuestros valores íntimos que condujeron a una decadencia desastrosa. No es extraño pues, que esta familia pasara por este relato.

Impresiona meterse en la piel de estas dos vidas. Hablamos de una familia que ve la luz en 1907; época miserable como suma del desastre de 1898, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y, las deudas contraídas por aquel descalabro. La vida de estas dos almas extremeñas con su progenie, no tiene desperdicios dentro de aquel caos de desestabilización, que sufre más que nadie la clase social jornalera. “Y con el frío, la lluvia, la humedad y la escasez de alimentos, la situación…”, entre otros pormenores, nos deja un claro reflejo de aquellas empobrecidas villas de señores y latifundios de campos sin medios de transporte y sin vida. Y hablamos ya de aquellos años cuarenta y sus hambrunas. Sí, esos que parece que no existieron. Pero están ahí, dejando su rastro en la gente que los vivió y en los libros. Léanlos, que es bueno. Esto era vivir prácticamente, cuando podías, de la ayuda de los demás y lo que daba el campo.

Es difícil entender la vida así, vivida como nos la relata en este pequeño libro biográfico, Joaquín Mellado, pese a que como dice, “la tierra siempre daba cosas para acompañar el desnutrido puchero”. Las anemias y otras enfermedades formaban parte cotidiana de las familias. Es una sufrida y estremecedora historia, aun vista realmente desde la distancia. Las hazañas pastoriles y mudanzas entre pueblos, llenas de sobresaltos formaban parte de la unidad familiar con hijos en abundancia, propio de la época. Nos deja una clara semblanza de aquella vida rural y sufrida del jornalero en aquellos tiempos sin colegios ni socorro alguno. No escapa la copiosa experiencia de los recuerdos de niñez, que sin dejar de ser precarios ni encerrar añoranza, no están faltos de un no sé qué encanto infantil. Porque la edad en sí, encierra una secreta y fresca felicidad, entre niño, zagal de pastor y pequeño labrador: “Allí no valía el me gusta o no me gusta, el quiero o no quiero, como ahora; se comía cuando había y la opción estaba en comer o no comer;” y el trabajo consistía en casi la gratitud de la limosna.

La vida aquella no tiene parangón. Pero nos recuerda grácilmente, mencionando las necesidades de la época, “aquel pan nuestro de algunos días”. Según se vive hoy, supone un regalo mirar hacia allá y valorar lo que hoy se tiene, para no deslucir demasiado lo que en adelante queda y ver con objetividad responsable y un poco de ética colectiva e ir mejorando, sin tergiversar el futuro. Que quizás sea de lo que se trate. El trasiego de Jerónimo y María deja un desasosiego singularmente asombroso a nuestros ojos de hoy, que puede parecer de increíble película asustadiza, porque en ella reina el recuerdo miserable de las “vivencias y trasiegos; peligros y sustos, miedos y esperanzas; con sus colores y aromas”. Entrevemos el desapego humano, el dolor incesante de la vida rural; el desconsuelo que alumbra este relato luminoso, conlleva anécdotas llenas de una gran nobleza sobrehumana y floridas andanzas.

Como poeta que es su autor, entremezcla en su prosa unos riquísimos poemas romanceados, semblanzas de aquellas andaduras, referidos a Jerónimo y María, personajes de esta obra, que dejan ausente la mirada sobre los paisajes del río Almonte y Madroñera; así como un viejo refrán que recoge aquellas estrecheces de que nos habla: “Tres días vienen al año / que satisfacen la panza: / jueves Santo, viernes Santo / y el día de la matanza”.

Celebro esta historia, contada desde la templanza, el amor y la esperanza. La trayectoria que nos regala este relato insufrible y resignado no es vana. Alberga ilusión y lucha, memorias de un tiempo nada agradecido para estas “Dos vidas y un solo destino”, porque “si hay un mundo donde la felicidad es perpetua… Ellos son los inconfundibles y eternos candidatos” y quién mejor que ellos, tras los sufridos años que llevaron por la tierra.