Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Más que decepcionado, indignado

Octavio Salazar Benítez

Tal vez éste sea el artículo que más trabajo me haya costado escribir desde hace años. Me resulta tremendamente complicado equilibrar mis emociones con el análisis objetivo, la decepción que me achica con mis deseos optimistas de mirar hacia delante.  Y estas dificultades se acrecientan porque, además de como ciudadano, he estado implicado activamente en el último año como Comisionado de la Universidad en el proyecto de Córdoba 2016. He vivido pues intensamente los últimos pasos de un largo proceso y puedo asegurar que ha sido una aventura apasionante, en la que se ha puesto mucho esfuerzo y trabajo por parte de todos y cada uno de los que de diferentes maneras y desde su ámbito han tenido algo que ver con un proyecto titulado “El futuro tiene raíces. Celebrando la diversidad”.

Cuando ayer cerca de las cinco y media de la tarde escuché el nombre de San Sebastián como la ciudad elegida para ser capital europea de la cultura en 2016, me quedé como casi todos paralizado, supongo que con cara  de idiota, incapaz de reaccionar durante unos minutos porque era tal vez la opción menos esperada y … deseada. No cabe duda de que San Sebastián es una ciudad magnífica, que su proyección cultural es admirable y que su proyecto había sido preparado por un equipo fantástico. Desde el primer momento la temimos como la rival más seria.  No obstante, en el último mes, y tras la llegada de Bildu a su Ayuntamiento, la descartamos porque nos parecía fuera de toda duda que el Comité de expertos, y mucho más el Ministerio de Cultura, difícilmente iban a respaldar un proyecto del que habían renegado los actuales dirigentes municipales, los cuales a su vez habían colocado a la ciudad en un complicada tesitura política. Nos parecía casi un suicidio que desde el Estado español se respaldara una iniciativa amparada por un Ayuntamiento que pone en duda el mismo Estado y cuyos máximos dirigentes aún no han sido capaces de renegar expresamente de la cultura de la violencia. Creímos, ilusos de nosotros, que nadie sensato podría llevarnos a esa situación un tanto esquizofrénica.

Por todo ello,  y asumido el juego que supone entrar en una competición en la que una gana  y cinco pierden, estoy seguro que si el nombre dicho ayer hubiera sido cualquiera de los restantes nos habríamos quedado en la decepción.  Sin embargo, la opción por Donosti nos ha llevado a buena parte de la ciudadanía a la indignación.  Sobre todo tras escuchar las motivaciones que expresaba el presidente del Comité y según las cuales el proyecto de San Sebastián ayudaba en el camino hacia la paz en Euskadi.

Estoy seguro que todas las ciudades competidoras, con Córdoba a la cabeza, se habrían retirado de la competición si desde el Ministerio de Cultura nos hubieran asegurado que gracias a la capitalidad ETA dejaría sus armas y que, gracias a este proyecto, acabaríamos con una de las pesadillas de las que aún nuestra democracia aún no ha podido despertar. Pero todos partíamos de las mismas condiciones: de acuerdo con la normativa que lo regula, se trataba de presentar un proyecto cultural, en el es sería fundamental la dimensión europea y la dimensión ciudadana.  Un proyecto capaz de transformar a la ciudad proponente así como de ofrecer a Europa un referente en cuanto a los grandes retos que el continente tiene planteados. De ninguna manera se trata de ofrecer un marco para que una zona conflictiva de Europa se convierta, gracias a la cultura en un paraíso terrenal. En ese caso, deberían habernos precedido capitales culturales en los Balcanes, en Belfast o ahora en la misma Atenas.

Si a todo eso añadimos que, objetivamente, de entre todas las candidatas, San Sebastián era la que menos necesitaba este impulso dado su alto nivel de vida, su casi anecdótica tasa de desempleo y su indudable proyección cultural internacional, parecen cuando menos razonable la indignación que muchos sentimos ante una decisión que parece contaminada de motivos políticos y en la que de nuevo el Sur, siempre el Sur, es el que ha salido perdiendo.

No obstante, cuando escribo estas líneas, empiezo a sentir que, a diferencia de la decepción, la indignación es un sentimiento más activo, capaz de movilizar, de provocar energías. Yo sólo espero que el enorme potencial que hemos desarrollado en Córdoba en estos años, la complicidad institucional y el apoyo ciudadano a prueba de jarros de agua fría como el de ayer, nos sirvan para seguir impulsando un proyecto que deberíamos convertir entre todos el plan estratégico de esta ciudad.  Sería el mejor sueño para despertar de la pesadilla que ayer hizo que, una vez más, y van no sé cuántas, me sintiera tan asqueado por una política que en vez de impulsar nuestras ilusiones es capaz de contaminar hasta el más libre de los rincones.  Y precisamente por ello, tal vez no me quede hoy más remedio que afirmar que la cultura, que es sinónimo de libertad, es tan radicalmente incompatible en la actualidad con una política que parece no tener más miras que los intereses de quienes desean alcanzar o mantenerse en el poder. Caiga quien caiga. Y ayer fue Córdoba, y con ella Andalucía, la que una vez más cayó.

 

Octavio Salazar Benítez

Profesor Titular de Derecho Constitucional UCO

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