Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

A la mujer que amé

Podría escribir mi biografía siguiendo el rastro de sus canciones.  Conectando los versos de los poetas que ha cantado con amores y desamores, con el fuego y con las sombras, con todas y cada una de las habitaciones que en mis más de cuarenta he intentado, no siempre con éxito, hacer propias. Sin que ella durante mucho tiempo lo supiera, sus ojos han estado mirándome, recordándome cada día que hay mil razones para que la justicia no me sea indiferente, para seguir buscando islas donde naufragar, para vivir el amor como un derroche de besos y ternura.  He vivido con ella debajo del puente y en la lorquiana Nueva York, en la Italia de los ángeles y los rayos de sol, en el largo lagarto verde que parió a Nicolás Guillén y a la sombra de un león madrileño.  Hasta he despertado con ella tras haber soñado en catalán: “Mentre jo canto, de matinada, la vila és adormida encara”.  Siempre ella mi camisa blanca de la esperanza, una paloma del Puerto de Santa María,  la heroína galdosiana y la Graciela que vive en el infierno de su matrimonio. Ella,  Fedra o el amor.  La que, música callada, ha hecho en tantas ocasiones que mi vida encontrara el verso que le faltaba para rimar.Anoche Ana, mi Pilar, la Belén, volvió a Córdoba después de muchos años para demostrarme que existen mil razones para amarla, ella es mi razón primera, mil poemas en la calle y yo, yo rodando donde quiera… En una calurosa noche de agosto la niña de la calle del Oso levantó una ligera brisa en la Axerquía tras demostrarnos que ella no sería nada sin los hombres a los que ha amado, de la misma forma que mi casa sin ella sería una embajada, el pasillo de un tren de madrugada,, un laberinto sin luz, ni vino tinto, un velo de alquitrán en la mirada. Porque yo, como Blanche Dubois, dependo de la generosidad de los desconocidos, pero también, como Ana Belén, de la ternura de mis afinidades electivas.

 “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer a mi corazón…” Así, con esta declaración de intenciones prestada por Fito Páez, todo un alegato de solidaridad en estos tiempos de ley de la selva, empezó Ana una noche en la que fue recorriendo con elegancia los versos que ella ha hecho suyos y que, en consecuencia, han llegado también a ser nuestros.  Con su habitual perfección en el escenario, que en ocasiones provoca el riesgo de hacerla excesivamente prisionera de un guión y por lo tanto distante,  la Desideria de mis sueños recorrió algunas de las más bellas páginas de la música española de las últimas décadas, debidas al talento de hombres como Pedro Guerra, “su canalla” Sabina, Aute, Miguel Ríos, Milanés, Serrat o Víctor Manuel.  Sin olvidarse de que por encima de todo ella es una intérprete, una cantante que crea y recrea lo que otros han imaginado, una especie de hada que en el escenario mezcla con sabiduría de abuela los ingredientes de una pócima mágica.

Por el escenario de la Axerquía pasaron anoche todas las Anas posibles: la comprometida social y políticamente, la tierna y vulnerable, la loba que marca su territorio, la que tiene una boca que sabe dulce (dicen), la que en su cuerpo extremadamente delgado alberga pasiones y heridas, la que con su mirada torva es capaz de seducirnos como si fuéramos castos babilonios.  La que lo mismo  convierte en jazz el Te echo de menos de Kiko Veneno como recrea con amargura de actriz despechada el Ojalá que te vaya bonito de José Alfredo Jiménez.  La que nos contamina, nos lía y nos recuerda que el amor, ay el amor, no es un pacto con Dios.

Acompañada de unos músicos que arroparon con solvencia su voz más poderosa que nunca, la Belén, la niña que parecía hija de la duquesa de Alba, la Electra que clama venganza y a la que no le duelen prendas bajarse del tacón y coger la pancarta, nos recordó anoche que la música, y más en concreto las canciones, contienen una fuerza capaz de remover nuestras entrañas y así, con ellas, el mundo.  Sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente.  Un estribillo que parece más necesario que nunca en este momento en el que todo parece desmoronarse, en el que algunos tenemos la sensación de despertar de un sueño del que Ana fue símbolo, en el que nos vamos a la cama preguntándonos a dónde huir cuando no quedan islas para naufragar. Asqueados de tanta morralla,  con el puente resquebrándose.  Y arriba del puente están los de arriba, están los de abajo que es menos que arriba y luego está el puente que es menos que abajo…

Hubo mucho de nostalgia en la noche de ayer en la Axerquía. Y no sólo porque Ana nos trajera las canciones de nuestra vida, sino porque al hilo de cada verso, de cada imagen, era fácil sentir la tristeza honda de quien se siente un pez de ciudad al que le han obligado a perder las agallas. Nostalgia de las cuatro y diez, de los que nacieron en el 53, de las madrugadas en que Miguel Ríos cantaba en la radio No estás sola, alguien te ama en la ciudad, no tengas miedo que la alborada llegará…

La nostalgia es mala compañera porque nos ata al pasado, es como un pozo lleno de barro en el que los pies quedan atrapados y se hace muy difícil, por no decir imposible, el movimiento. Es decir, el futuro.  La nostalgia nos enreda con su telaraña de dama astuta y nos acaba convirtiendo en sufrientes espectadores, en pájaros sin alas. Casi en un remedo de lo que un día soñamos cuando nos zarandeaban los aires de libertad. Mírala, mírala.

Hay mucho de nostalgia, al mismo tiempo que de homenaje, en el último disco y espectáculo de Ana Belén.  De tiempos que se fueron y no volverán. Lo cual puede resultar hasta paradójico cuando uno contempla el cuerpo y el rostro de una mujer que lleva décadas acompañándonos. Como si hubiera hecho un pacto con el chivo que vive en el Retiro, Ana, mi Pilar, la Belén, quizás sea la reencarnación de una bruja lista que se ocupa de mantener viva nuestra llama. La que en mi caso encendió cuando sólo era un adolescente y de la que ahora paso el testigo a Abel, el cual no deja de cantar Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más, aunque le cueste trabajo recordar una palabra como metacrilato.

Tal vez uno acaba descubriendo con el paso de los años que la Belleza, entendida como un puzzle en el que no todas las piezas acaban encajando, también acaba teniendo algo de quietud, de serenidad, de abrazo cálido.  Que irremediablemente, y de forma paralela a nuestra trayectoria vital, se va convirtiendo en las aguas templadas de un bolero. Aunque a veces, puro derroche, reaparezcan sus fauces de amante posesiva y nos líe a la pata de la cama.  Entonces, envueltos en una gasa que nos recuerda que somos carne, volvemos y reincidimos, y liamos con una enredadera la parte de nuestros sesos que manda en el corazón.

Ana nos volvió a dejar muy  claro anoche que no es perfecta mas se acerca a lo que yo simplemente soñé.  Basta con ello para verla interpretar los maravillosos versos de El breve espacio en que no está, casi escondida tras el terciopelo de las heridas que siguen doliendo.  O sacando la fiera que saca dentro para cantarle al hombre del piano.  O volviéndose diva italiana para desgarrarnos con su sublime Ahora.

Ana, mi Pilar, la Belén, nos recordó que al final todos nos ponemos a escarbar en la memoria y vamos escogiendo del pasado aquellas cosas que nos apuntalan, que nos afirman, que nos enrocan, que nos protegen de algunas sombras… Que, tal vez sin que ella sea del consciente, ella es, como en la Canción pequeña  de Víctor, una de esas cosas que nos apuntalan, que nos afirman, que nos enrocan. Que nos hacen recuperar la esperanza en la camisa blanca que últimamente empieza a deshilacharse. Es en esa costura donde la nostalgia queda derrotada y se convierte en billete para el futuro. Un porvenir en el que una banda brasileña nos ayuda a despedirnos del dolor y nos recuerda que sigue habiendo muchas cosas que hacen que la vida valga la pena. Una de ellas es, sin duda, esta mujer a la que llevo tres décadas amando y sin la que, con el permiso del asturiano, me faltaría el alfabeto…

Octavio Salazar Benítez

Córdoba, domingo 19 de agosto de 2012.

 

 

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