Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La sublime fragancia de la humildad

Las tres palabras tienen origen latino que pasamos a explicar:

-Sublime. Los etimólogos no llegan a ponerse de acuerdo si proviene del verbo sublevare que significa elevar, enaltecer, engrandecer, etc. o de sublimus, en este caso significaría que está sobre el limo, el barro, el légamo, etc. Sea como fuere, quiere decir que está elevado, que es superior, excelso, eminente. En la mayoría de los casos se aplica a cosas morales o intelectuales.

-Fragancia, también proviene del latín, de fragrantia, que quiere decir olor suave, perfume, esencia agradable al olfato.

Por último, Humildad, que es sobre la que centraremos nuestro trabajo, igualmente proviene del latín, concretamente de la palabra humus, que tiene el sentido de tierra rica en nutrientes orgánicos buenos para el crecimiento de los vegetales.

Hoy día esta palabra está denostada, cuando no despreciada. En la actualidad se premia la prepotencia, el orgullo, la agresividad.

Las empresas piden que sus empleados sean competitivos, acometedores, avasalladores. La templanza, la equidad, la ecuanimidad, la humildad, en fin, no tienen valor en estos tiempos.

De pequeño nos leían todos los días en el colegio un libro de fábulas y relatos cortos de los que siempre se desprendía una enseñanza moral.

Todavía recuerdo el impacto que me causó uno sobre la violeta que la describía como una planta pequeña, casi a ras de suelo, con unas flores olorosas con un aroma dulce y agradable, de tamaño tan insignificante que hay que observar bien el suelo para poder descubrirla pues puede estar oculta bajo hierbas más altas.

La moraleja era que, siendo tan pequeña y humilde, su perfume aromatizaba el entorno de donde se hallaba.

En el presente juzgan a las personas por lo que aparentan, no por lo que son: existe una carencia de valores que no tiene en cuanta el esfuerzo, el sacrificio, la abnegación.

Mostrarse uno tal y como es, sin vender humos de soberbia, ni deseo de humillar a los demás, se considera que la persona es pacata, timorata, o falta de ánimo.

Hay una total carencia de consideración hacia la persona que no es engreída, que no presume de lo que no es y, en muchos casos, tampoco alardea de su propio valor porque tiene en cuenta la humildad, y parte del presupuesto de que los seres humanos no tenemos nada nuestro, sino que todo nos ha sido prestado por la Divinidad, y lo que es más para tener en consideración, que llegará el momento en el que tengamos que rendir cuentas y justificar cómo hemos empleado todo lo recibido.

De joven leí un libro titulado “Tres monjes rebeldes”, sobre la fundación del Cister. En él se repetía con cierta frecuencia: El humo del incienso marea y hace perder la cabeza al hombre más sensato. Ese es el humo que más se vende hoy, el del halago, la adulación, el agasajo, el homenaje, la pleitesía, etc. En muchas ocasiones lleva siempre un oscuro propósito oculto, el de obtener de la persona lisonjeada algún beneficio.

Pero esa humareda con la que somos vanamente enaltecidos, se nos sube de tal manera a la cabeza que nos hace perder el sentido mismo de la realidad, nos endiosamos y nos creemos superiores a los demás, sin tener en cuenta que la vida es vanidad de vanidades y todo vanidad, que hay que conseguir valores humanos, fuertes, firmes y duraderos, para ser un hombre de bien y no un pelele relleno de paja.

Pero para lograr ser un hombre puro, recto y sin tacha, hay que partir de la humildad de saber que nada somos, nada tenemos, ni poseemos, sino que todo lo hemos recibido de nuestro Creador.

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