Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Tito el epistológrafo, nuevamente

Me declaro doblemente culpable, porque, dispuesto a cumplir la pena debida, contagiado de la afición a la vagancia de Horacio, me abstengo por segunda vez de teclear y romperme la cabeza con disertaciones aburridas, mal escritas e incoherentes. Le evito el suplicio de mi pésima prosa y peor reflexión, trasladando el mérito, o desmérito, a mi amigo Tito con una segunda carta de varias que, a modo de diario, me envió durante su fin de semana en Madrid. Repito con el día del sábado y, emulando a Pilatos, me lavo las manos.

«Julián:

Cada vez es más angustioso caminar por el centro. Andar por Preciados, Puerta del Sol o Plaza Mayor es un constante esquivar de gente en todas direcciones; además de aquellos que te reclaman para hacerte una encuesta, entregarte publicidad, convencerte para donar a una ONG, los abrumados por las prisas, los guiris despistados, los acotadores para la foto de recuerdo, el Piolín gigante, el Spider-Man sudamericano —y su prominente barriga—, los espectáculos de variedades… Es muy loable que cada cual acometa la supervivencia como pueda, aunque ya no se recuerda la tranquilidad del paseo. El pulular de cientos de transeúntes reduce los márgenes de área a agobiantes sendas plagadas de intermitencias, despistando la orientación; de modo que, cuando tenías la intención de llegar al punto B, resulta que te encuentras en el C.

Y qué te voy a contar del metro. Un gran transporte público, pero ahora se paga por distancia. Los usuarios de una misma línea abonarán mayor o menor cantidad en función de la distancia a la cual se halle su parada de destino. Cosas de la recaudación. Si uno lo coge en una ocasión, no pasa nada. A quienes deban tomarlo con diaria frecuencia, los joden bien. Y sin vaselina.

Los políticos ya no saben qué inventar para recaudar. Para ellos, lo importante es pagar la deuda, cuando la economía se mueve por el consumo. Por desgracia, si la tributación es excesiva, menor será el consumo. Es una regla simple. Como ya me dijiste, pronto nos cobrarán por salir a la calle. En la puerta de cada casa, me explicabas, habrá un aparatito. Para poder abrir y salir, previamente deberemos pasar la tarjeta de crédito por la máquina, satisfaciendo la correspondiente tasa. Hablábamos en broma, panorama surrealista, casi de ciencia-ficción. Devengo, no obstante, previsible tal y como pinta el futuro. Ignoro de dónde piensan obtener los ingresos. Los ciudadanos carecen de empleo, de sueldo. Sin ganancias ni expectativas… ¿Creerán que el dinero aparece por arte de la taumaturgia durante la noche? ¿O que lo fabricamos en los hogares? ¿O que todo el mundo es rico, y lo esconde bajo una losa?… Esperpéntico.

No se puede estirar ni para el ocio. Ya no ves colas en los cines y teatros. Y el Museo del Prado da pena. Carente de vida, en su interior y alrededores. Las imágenes de sus cuadros y esculturas miran a un espectador inexistente, buscan a un contemplador de su belleza e historia. Alguien a quien legar sus secretos, para perpetuarlos en una dura lucha contra el olvido. Friolera de doce euros la entrada. Precio razonable para un extranjero que viene a eso, a gastar. Para un nacional…

Luego se quejarán, si la población protesta. Como ha ocurrido esta misma tarde. Cargas policiales incluidas. Sin entrar en la legitimidad de éstas, la tensión se palpa en el ambiente matritense, epicentro del malestar general, referente de la reivindicación popular. Poco pasa, creo, para lo que hay montado. Con todo lo que oímos, vemos, conocemos, descubrimos y vivimos, el germen de la explosión parece consolidado. Estando en la capital, recorriendo sus calles, se percibe el tufillo sedicioso. Esto reventará, si bien deseo estar equivocado. El escenario es el propicio. El contexto, el idóneo. El cansancio, extremo. La exasperación, contenida por una fina tela, demasiado debilitada por la desconfianza y la desazón. Los ánimos disconformes, exaltados por la necesidad y la opresión. Morar aquí se asemeja a la España del XIX, con sus intrigas, sus conspiraciones y su desmoralización.

Maldita tierra y malditos habitantes, condenados siempre, una y otros, a repetir su propia Historia. Todo por repudiar la cultura, el conocimiento, y alardear de ello.

Pero no será hoy. No me será la fortuna tan aciaga. El día cerró hace un par de horas, he tomado un bocado y la noche es joven. Siéndome propicia y con la compañía adecuada, todavía podré hurtar el despilfarro de mis exiguos euros en la habitación de una pensión.

Hasta la próxima.»

Julián Valle Rivas.

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