En el balance del año me apuñalará el triste fin de la Asociación Cultural Naufragio. Su disolución ha supuesto el cataclismo, hundimiento, por aprovechar la corriente alegórica, de su buque insignia: la revista Saigón, que ha encajonado sus tipos, cuales fichas de dominó al término de la partida, ensabanado su imprenta y desconectado su alumbrado, con la esperanza derretida de felices tiempos o nuevos ingenios que reactiven los engranajes de las máquinas.
Y es que la Asociación siempre tuvo una vocación generacional, sobre todo, al impulsarse su segunda época de actividades. Anudada a un grupo de jóvenes veinteañeros, dirigidos por mi amigo y vecino de página Manolo Guerrero, desarrolló actividades socio-culturales que fomentaron en la comarca no sólo el arte, la literatura, la historia, la música y demás facetas del conocimiento humanista, con el incondicional amor que insufla el alma, sino que, a través de su revista, dio voz, espacio y difusión, el micrófono como emblema, a aquellos autores desconocidos en los foros literarios y analíticos, escritores extraviados por los laberintos de las letras, quebrantados de las marmóreas efigies de la fama.
Entre esos escritores hurtados de la contemplación pública, que amancebaban palabras con el ardor desesperado de quien temiera la extinción de la lengua, se hallaba quien suscribe, introduciéndose con un folletín aplazado, importunando con algún relato breve y empalagando con mareantes análisis. Me impliqué también, hasta donde pude o quise, en el régimen interno asociativo, poniendo a disposición del grupo mis apurados saberes jurídicos, mis aficionados diagnósticos cinematográficos y mis difusas observaciones narrativas. Siempre recordaré con añoranza mi etapa correctora en el Consejo de Redacción de Saigón, durante la cual trabajé con gusto e ilusión, prácticamente, mano a mano con Manolo, pues, en mayor o menor medida, y ya le pueda pesar a quien le pueda pesar, el resto de integrantes descuidaba sus quehaceres con la intermitencia de quien se abona a la flaqueza de la versatilidad.
Como asociación cultural sin ánimo de lucro, asumió el deber visceral de atraer a un auditorio no asociado, y vive Dios que el esfuerzo y la dedicación fueron colosales. Desde la convocatoria de su premio literario hasta recitales poéticos y narrativos, pasando por foros literarios y cinematográficos, encuentros con colectivos hermanos o afines y debates o mesas redondas de temática histórica. Herencia que aceptó con valentía Sensi Budia, sucesora natural de Guerrero. Apoyada por su nuevo equipo, Sensi supo gestionar el embate patrimonial con buen juicio y criterio y mantuvo la línea espiritual de la Asociación, acicalándola o engalanándola con producción propia, soplo de aire fresco ordinario reivindicador del cambio.
No resulta tarea simple, entonces, concretar las causas de la disolución de la Asociación, aunque trataré de exponer, con la subjetividad que caracteriza toda propuesta opinante, algunos de los factores que han influido en su conclusión.
Aquel elemento generacional que tecleé antes se ha manifestado acicate impenitente. El soporte asociativo gravitó alrededor de una partida de veinteañeros y treintañeros. Cierto que, por excelencia y suerte, generaciones previas y posteriores se sumaron al proyecto cultural, pero el núcleo esencial estuvo compuesto por ese selecto puñado de amigos aunados en el empeño de recuperar las esencias básicas del clasicismo europeo, centro mundial del humanismo, y de reunirse para conmemorar la amistad y el afán. Cuando esos veinteañeros cruzaron la franja de los treinta e iniciaron una fase vital, natural o ingénita, por otra parte, de disgregación, asentamiento laboral, formación familiar, preocupación diaria, entendieron llegado el momento de apartarse, que no desvincularse, del camino principal, y dejar el paso a la siguiente generación veinteañera, cuyo arrojo, compromiso y ánimo eran indiscutibles. Sin embargo, pese a la incansable dedicación, la Asociación no supo cautivar con fortuna a esas nuevas generaciones veinteañeras capaces de asumir el proceso de evolución encadenada en la dirección. Jamás me dio la impresión, quizá porque lo vieran como el resultado de un grupete de jóvenes que raspaban la adultez, de que las generaciones posteriores se inclinaran hacia una posición de vanguardia y guía.
Por supuesto, la pandemia alteró cualesquiera de los parámetros sociales, se agravó el aspecto individualista, pasivo y digital de la humanidad del XXI, tan incompatible con la colectividad, el dinamismo y la presencialidad, hoy, de tufo analógico, de las actividades de la Asociación. Tampoco la cultura conservó la tendencia, ya no era moda, o no lo era a la manera desplegada y a los medios disponibles por la Asociación.
Luego se encuentran el ejemplo, el deber, el compromiso, la responsabilidad. O la ausencia de ellos entre los mismos asociados. Si ni siquiera se dedican dos horas al año a participar en las asambleas celebradas por videollamada, poco se puede esperar, en aras de una perpetuidad asociativa. La existencia de asociados que concebían la pertenencia como el mero abono, si acaso, de la cuota anual fue un muro sombrío. La opción de no acudir a los actos fijados sin mayor excusa que la de no levantarse del sofá o de priorizar banales empresas flaco favor hacía a los objetivos perseguidos. Las propuestas eludiendo la responsabilidad de ocuparse de la organización o las críticas rechazando el ejemplo de arrogarse la dirección reblandecían la solidez comunitaria. Si nadie se postuló para mantener la Asociación en un estado mínimo de subsistencia o el silencio imperó tras la solicitud de un voluntario para la presentación en registro administrativo de una documentación, ya no merecía la pena insistir con la permanencia… Vaya, aquí, mi elogio y agradecimiento público a Sensi Budia, quien, resignada, sensata y solidaria, se ofreció a liderar el último paso.
O, tal vez, la cuestión sea mucho más sencilla: todo principio tiene un final. Todo ciclo se acaba o se agota. Sólo estoy seguro de que la desaparición se sentirá, puesto que la comarca ha perdido un referente cultural, la comarca ha perdido a Naufragio.