Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Un monstruo en todo hombre

Sólo el espejo me mostró la realidad: un hombre
que era el mismo y, al mismo tiempo, difería
sustancialmentede lo que había sido hasta entonces.
FJ Segovia Ramos, El hombre tras el monstruo

Pasan los años y se acumulan las vivencias y experiencias. Alegrías y tragedias se entremezclan torpemente con liberaciones y remordimientos. Estos últimos generan fantasmas, penas o penitencias que se deben sobrellevar como castigo por el pecado cometido, aun singular acto contrario a moral y principios. Confesar esos remordimientos se significa como proceder de puro egoísmo, pues pretende una banal redención a costa de la aflicción o desilusión de otro. No obstante, el ser humano parece regodearse por momentos en el dolor ajeno, el sufrimiento foráneo lo pacifica y estabiliza; lo inflige sin temor ni conato o amago de reflexión previa en las consecuencias. Porque, en aquel acto ruin e interesado de la confesión, desvinculado de cualquier fuerza sacramental, se esconde una naturaleza primitiva, salvaje, oriunda de los orígenes de la especie, de la época abisal de la evolución, más del jurásico que del pleistoceno, cuyos fósiles se hallarían al excavar en el núcleo cerebral. Es ese impulso de atacar al semejante, de imponer el poder por voluntad de la fuerza y la destrucción; es ese incontinente modo de imposición que descubre al monstruo que todo ser humano esconde; esos comportamientos de maldad infinita, incomprensibles e irrazonables. Lupus est homo homini, como sentenciara Thomas Hobbes, parafraseando a Plauto (o plagiándole la frase, directamente). Lobo es el hombre para el hombre, y lo es cuando se deja domeñar por el monstruo interior que pergeña sus instintos más primarios, aquellos que jamás se rigieron por la civilidad.

En su novela El hombre tras el monstruo, Francisco José Segovia Ramos, Paco Segovia, ese mastodóntico creador literario, ese megalítico cincelador de palabras, ese faraónico constructor de sintagmas, metaforiza la putrefacción del recóndito nudo de la mente humana, a través de su ímpetu narrativo, de su destreza en la composición de la ficción. Sin embargo, su genio prosístico no lo plantea a partir de la clásica crueldad, de ese personaje retorcido y miserable, de ese malo sanguinario y demoníaco, sino del hombre corriente, quizá débil, perpetuo estándar, desbordado por una situación inesperada e impredecible. Japón, año 2043, la crisis económica ha vuelto a arrasar el planeta, y el país, que no ha podido recuperarse, ha perdido su esplendor. Derrotado de nuevo, se ha iniciado un proceso de revisionismo socio-político. Matías Pérez, Mati, es un occidental que lleva más de diez años residiendo en el estado nipón. Casado con una japonesa, Yusura, trabaja como camarero en un pequeño restaurante familiar para turistas. Aburrido de su monótona vida, sólo el amor de su esposa consuela su triste cotidianidad. Un día, el profesor Kazuki Miyaki ofrece un puesto de ayudante de laboratorio a Yusura, quien pronto conseguirá que su esposo ocupe otra vacante. Mati está entusiasmado con su nueva labor, pese a la poca categoría, y su dedicación y discreción llaman la atención de Kazuki (o eso se barrunta al principio), quien le propone colaborar en sus experimentos. Kazuki ha inventado una enzima que cataliza con la energía solar, provocando un desaforado aumento del organismo portador. Bien formulada, la enzima M supondría una revolución: acabaría la escasez de recursos alimenticios y hombres gigantes podrían realizar el trabajo pesado de una máquina. El problema es que Kazuki no puede estabilizar la enzima: el portador recupera con rapidez su volumen original, el cual nunca se adecuó con el peso. Cuando lo logra (o eso afirma), convence a Mati (con artes más o menos calculadas, el lector decidirá) para comprobar sus efectos en humanos. Se inicia, entonces, el descenso a los infiernos de Mati, cuyo cuerpo no se limita a crecer, se metamorfosea en un monstruo, en un gigantesco ser abominable que sincretiza las esencias de los diferentes especímenes empleados para elaborar la enzima, y que, en su deriva, devasta, aniquila, extermina. Pero la consciencia de Mati, esa fracción de la especie evolucionada, a veces, todavía resurge, como afortunados fogonazos de lucidez, sufriendo la náusea por la bestial condición, por lo que, aferrado a esos restos de humanidad, acomete la última y definitiva batalla contra ese monstruo que, con persistencia, albergaba su interior. Ese monstruo al cual, tarde o temprano, todos hemos de enfrentarnos. Y en soledad, terreno habitual para librar tales combates.

Con un lenguaje ágil y eficaz y un estilo narrativo despojado de innecesarios circunloquios y florituras paganas, que desconcentren el ánimo del lector, Paco Segovia toca, con su cálamo embadurnado en tinta de inspiración, los cimientos del verdadero carácter humano, transmutando a El hombre tras el monstruo en una novela de esperanza en nuestra especie, en el espíritu de un monstruoso escritor acerado con la creencia en una humanidad que, pase lo que pase, terminará siempre haciendo lo correcto.