Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Los veintitrés de Paco

Puede que llevara dos o tres años como miembro del Consejo de Redacción de la revista Saigón, cuando se nos planteó, en el seno del mismo, un delicado problema, no por ello infeliz: nos habíamos topado, a propósito del Premio Saigón de Literatura, con un escritor que lo ganaba cada vez que participaba, y ya sumaban dos o tres consecutivas. Sus victorias no eran fruto de una Fortuna amorosa, de un jurado corrupto o de una pésima competencia. Sencillamente, el escritor en torno al cual giran las líneas de este artículo era mucho mejor que el resto de los participantes.

            Imagínese, entonces, el lance: un premio querido para nosotros, si bien modesto para el panorama literario, que recaía con jaquecosa constancia sobre idéntica persona. Un premio cuyo voto favorable incluso yo le había otorgado como jurado durante mi primer año como consejero. Si la práctica reiterada adquiría el nivel de costumbre, como fuente del ordenamiento jurídico, desanimaría la participación, abocando al premio a perecer. Máxime, cuando, decidido el susodicho escritor a no volver a concurrir, se nos hubiera presentado supuesto semejante.

            No teníamos por deseo prohibir su participación a perpetuidad, hubiese sido contrario a nuestros principios, a una libertad en la que creíamos —y seguimos creyendo— firmemente. Así que optamos por el mal menor, por contener, en cierto modo, la participación, incrementado el porcentaje en favor de los demás competidores. La clave se concentraba en las bases del premio, cuya competencia correspondía —y corresponde— al Consejo de Redacción. La fragilidad de mi memoria no me permite precisar si fui yo quien lanzó la sugerencia o si fue el resultado de una composición colectiva, el caso es que hubo discusión, la cual culminó con una sentencia propicia a la incorporación a las bases de una cláusula a la que dimos —o tal vez sólo yo di— el nombre del escritor en liza, honrando al hombre que nos había fastidiado durante un selectivo periodo. En sentido figurado y con cariño, se entiende. O no.

            Desde aquel tiempo, las bases del Premio Saigón de Literatura contienen la que conocemos —o tal vez sólo yo conozca— como cláusula Paco Segovia, por la cual «No podrán participar las personas ganadoras de las dos últimas ediciones». Ahí queda. No se veta permanentemente la participación y, simultáneamente, se abre la oportunidad de nuevos y variados ganadores.

            Descubrí a Francisco José Segovia Ramos, Paco, para los amigos, granadino de cincuenta y cinco años, integrante del saturado club de los licenciados en Derecho (también quien suscribe lo integra), siendo jurado, como queda tecleado, de uno de los premios Saigón. A su obra, más bien. O quizá me fijé en ella en aquel momento. Mantuve el interés por su producción, a través de distintos relatos y recensiones que iban apareciendo en diferentes medios, descollando el periódico digital Irreverentes.org o la propia revista Saigón, y brotando una admiración y un respeto por el autor y su obra exponenciales hasta el día. Una prosa limpia y cuidada, que no se priva en miramientos hacia el ritmo, la cadencia, hacia una obsequiosa morfología, una atenta sintaxis y una fervorosa semántica. Una prosa natural, impresa directamente desde el alma, seria y rigurosa; escrupulosa, en cuanto al desarrollo; minuciosa, en cuanto al detalle; fastuosa y sorprendente, en cuanto a la historia. Una prosa pulcra y agradecida, redactada por y para el lector, con él en mente.

            Baste, a modo de paradigma, una ubérrima y prodigiosa producción literaria, en edición de papel y digital, laureada con multitud de premios. Portentosos relatos, cultivados de consuno con novelas, cargados de fuerza e ingenio. Envidiables proezas que el autor ha sabido dosificar y compilar a partes iguales. Historias a las que Segovia, virtuoso emprendedor, ha dotado de un exhibicionismo manifiestamente digno y apasionante, como en los dos volúmenes de su Ficcionario Histórico (2016 y 2017), en los cuales recurre al soliloquio para condensar la vida y milagros de veintitrés personajes famosos (once, en el primero, y doce, en el segundo), sirviéndose de una técnica y un estilo amenos y un contenido históricamente meticuloso, prudente, solemne y comprometido. Donde veintitrés personajes se enfrentan a las etapas más vidriosas e importantes de sus vidas (será la muerte la predominante). Donde veintitrés relatos repasan veintitrés vidas cargadas de logros, sufrimientos, anhelos, victorias, derrotas, pérdidas, arrepentimientos, justificaciones, liberaciones, orgullos, frustraciones, decepciones, alegrías. Desde Napoleón Bonaparte hasta Leónidas I de Esparta, pasando por Boabdil, Miguel Ángel, Cleopatra, Stanley Kubrick, Alejando Magno, Cristina de Suecia, Leonardo da Vinci, Mariana Pineda, Juana de Arco, Confucio, Mata Hari, la Princesa de Éboli, Madame Curie, Clausewitz, la Calderona, Miguel Hernández, Nube Roja, Lawrence de Arabia, José María de Torrijos, Emil Cioran y Hammurabi. Veintitrés ficciones para veintitrés instantes que fueron, o debieron ser, pues, como el autor escribe, concedida la palabra al rey macedonio en un espléndido texto con tintes shakespearianos: «… entre el brillo rojizo de las piedras ardientes comienzo a ver desfilar, primero envueltas en neblina, después clara, nítidamente, las escenas más importantes de mi vida».