Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Esa basura llamada 2001… y otras mierdas

Sí, ya iba siendo hora de dar un paso al frente y decir aquí estoy yo, qué pasa. Ya está bien de pijochuflas y friquipegos, cansado estoy de cinéfilos mercenarios de tres estrellas Michelin, o de donde sean las estrellas del firmamento cinematográfico en tales lances, que será tirando hacia Hollywood, la segunda ele a la derecha, y de supuestos fantasmones del celuloide que babean mentando a Truffaut y la Nouvelle vague con la boquita de petit-suisse rancio o que divinizan de la primera a la última película de Hichtcock, cual dios perfecto y omnisciente, porque Truffaut y Hichtcock tienen su puñado de buenas películas… vale, más Hichtcock que Truffaut, no exageremos con la comparativa…, pero no están escasos ambos de sus dosis de mojones pestilentes… vale, más Truffaut que Hichtcock, seamos coherentes con la comparativa. ¡Basta de sobrevalorar películas infumables!, tostones ignominiosos. Que tengo suficiente, óigame, con que mis amigos, que manda cojones la cosa, disfruten irritándome, al mentar los parabienes de títulos los cuales detesto con el frenesí de un justiciero en busca de venganza.

2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), alguien tenía que gritarlo al fin en un foro, y no hay mejor foro que el situado al sur de Córdoba, porque el ostro expande el grito por todo el hemisferio norte con inusitado poder áurico, es una basura infame elevada a la enésima potencia. Y pare, pare, no me venga con filosofías de mercadillo o de ferias de libro, no se espete con las milongas sobre Nietzsche, el superhombre, el monolito, la evolución, Zaratustra (el libro y la composición), la definición científica de Dios o la ciencia como divinidad, HAL 9000 (¿o era 90000?), la concepción y demás alegorías pejigueras. Tampoco se moleste, se lo ruego, en sermonearme acerca de la magnificencia de la fotografía o del candor del baile espacial al son de Strauss (¡si Strauss levantara la cabeza!)… 2001… es un plomazo de dos horas largas con visos de viaje alucinógeno en fumadero de opio chino. ¡Cuidado!, no estoy proclamando que Kubrick sea un mal director; al contrario, sus obras son magistrales… En fin, casi todas sus obras.

Como, por supuesto, no es mal director Ridley Scott, lo que ocurre es que Blade Runner (1982) es otro de los desechos arrojados a la escombrera de las putrefactas sobrevaloraciones cinematográficas. Y aquí sí que es verdad que no acepto majadería filosófica alguna: la película es más aburrida que una competición de curling, un día de lluvia en la playa o una noticia sobre la secesión catalana. Replicantes y Blade Runners se fusionan en un relato empalagoso, impávido y letárgico al tiempo. Hace unos meses, con la promoción de su continuación, vapuleado por mi extrema magnanimidad, le concedí la oportunidad de verla con nuevos ojos, aquellos que se vidrían con los años y las penas; me agencié, entonces, la edición distinguida con la designación «el montaje del director»; desistí a los cincuenta minutos, con el terrible cargo de conciencia de haber perdido, eso, cincuenta minutos de mi vida. Rollazo vitando, voto a bríos.

Y qué me dice de la saga Star Wars (aquí no pongo directores y años, me haría un lio), con sus secuelas, sus precuelas y ¡sus derivados! (spin-off, para los colonizados por la pérfida Albión); con sus versiones animadas, sus versiones remasterizadas y sus versiones digitalizadas. Que sí, lo admito, que en los años setenta una película como Episodio IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977 —ahora puedo concretar—) supondría un hito: los sables láseres, las naves espaciales y los planetas con gravedad terrestre, la combinación de seres y robots de lenguas diáfanas, como Torre de Babel invertida, la Fuerza, el Lado Oscuro… de la Fuerza, el poderoso maestro incapaz de ordenar en una frase sujeto, verbo y predicado y los malos malísimos, muy malos y muy malísimos, con la voz aplastada por la reverberación de una máscara en un casco (¿o un casco con una máscara?, ¿o un casco-máscara?). Y concedería, además, que las mejores producciones de la saga son los Episodios IV, V: El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y VI: El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983), transcendiendo la de 1980, pero que la calidad ha ido mermando a medida que se estrenaban las posteriores, al punto de que las recientes son insufribles, por tediosas, abusadas y agotadas. Y lo aprobaría, repito, si no fuera por tratarse de películas buenas (o algo por el estilo) para verlas una vez (la primera trilogía, claro), no para todo el circo montado en derredor, el cual ha permitido a Lucas montar un imperio (nunca mejor tecleado) a costa de dos proyectos: Star Wars e Indiana Jones (ésta, mano a mano con Steven Spielberg).

Me voy quedando sin hueco, en este rincón al sur de Córdoba, razón por la que interrumpiré mi lista con, lo advertía al principio, Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958): portentosa dirección, espléndida técnica, insulsa y plúmbea historia, sin embargo. Soporífera.