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"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El autónomo o la concepción prehistórica del trabajo

La palabra “autónomo” proviene del griego, de la composición “auto” (por sí mismo) y “nomos” (ley, norma o regla). En realidad podría decirse que el término significaría algo así como “la norma marcada por uno mismo”. Realmente sería una acepción extraordinariamente romántica.

En la prehistoria, el ser humano se veía obligado a realizar “trabajo” para satisfacer sus necesidades básicas de supervivencia, es decir, la caza y recolección de frutos. Ello suponía el desarrollo de esfuerzo individual físico, conocimientos y algún tipo de colaboración con otros congéneres. Eran sociedades extremadamente simples en lo que a jerarquía se refiere.

Es muy importante incidir en lo anterior. El trabajo comporta esfuerzo, conocimiento y colaboración con otros, ¡siempre!, de otra forma no sería trabajo, sería ocio (muy valorado por la sociedad griega y romana).

Conforme las sociedades evolucionaban, se hicieron más complejas, jerarquizándose más y más, aumentando el tamaño de las mismas, y en las que aparecían nuevas necesidades (ampliamente estudiadas por Maslow), lo que dio lugar a la irrupción de innumerables tipos de actividades y trabajos que debían ser desempeñados por especialistas-profesionales para satisfacer estas incipientes necesidades. Así nuestra sociedad ha podido evolucionar hasta lo que hoy día conocemos, en toda su plenitud, esplendor y complejidad.

Pero al aumentar en complejidad y tamaño las sociedades, también aparecieron los empleadores (empresarios), que en muchas ocasiones eran los propios profesionales libertos, quienes requerían mano de obra poco o nada cualificada. Si aumentaba la población, se hacía más compleja la sociedad, se requerían nuevos bienes y servicios, que debían ser provistos por empresarios, que a su vez daban empleo a la población. Un círculo simple, pero vicioso.

Pero paradójicamente, en la actual crisis el grado de destrucción de empleadores y empresas es dramático, lo que ha conllevado ineludiblemente a la destrucción de empleos. Tratar de combatir la destrucción de empleo sería a través de la creación de empleadores, y claro está, la empresa la constituye un empresario, e voila, ¡Creemos empresarios! Note el lector que para llegar a esta conclusión no es necesario estudiar en la prestigiosa Universidad de Harvard.

La mínima expresión de empresario es el autónomo. Por probabilidades, si creamos muchos autónomos, alguno llegará a crear empleo ¿No? En este momento deberíamos ilustrar el texto con la figura de bronce del pensador de Rodin (1847-1917). ¡Qué así sea! ¡Que el autoempleo sea el que nos saque de la crisis! Como si el autoempleo fuese el ministro del ramo, el instructor de normativas y regulador del mercado de trabajo.

De todo lo anterior se pueden extraer dos conclusiones. De un lado, si los actuales empleadores ya no podemos ocuparnos de los trabajadores, ¿no es una contradicción que los desempleados creen su propio trabajo?. Y de otro lado, Don Autoempleo presupone haber tenido que despedir a Don Estado de Bienestar, o lo que es lo mismo, ¡Allá se las componga! Que el estado ya no puede hacer nada por usted. El desempleado ha quedado a su suerte.

Abordemos la primera conclusión: los desempleados tienen que aprender a generar su propio trabajo. ¿Cuál es la variable que controla la creación de empleo? En realidad, siguiendo el modelo histórico, sería la demanda; demanda lógicamente creada por la creciente complejidad de las sociedades. En este sentido, nuestra sociedad ha aportado a dicha complejidad la burocratización, la politización y el enchufismo (que es el clímax de cualquier sociedad, la antesala de su colapso), lo que ha beneficiado en la creación de “trabajos” que no cumplen los tres criterios básicos (esfuerzo, conocimiento y colaboración).

Pero a mi modesto juicio, si solicitamos un incremento de la complejidad de nuestra sociedad, con la única finalidad de absorber desempleados, solamente podría conseguirse a riesgo de la “sovietización” de nuestra forma de vida, de infausto recuerdo en muchos países y a lo que tampoco se está dispuesto. Luego queda descartada esta opción que no hace sino hipotecar aún más el futuro, gravándonos con cargas cada vez más pesadas.

Ya entonces queda el modelo liberal, al que Don Autoempleo nos dirige. Bien. Para que no sea un “ficticio”, en una sociedad global en la que vivimos, ello ha de sustentarse en que lo que yo produzco ha de ser útil para otro, dándose una nueva condición: “y debe poder ser suficientemente remunerado”, porque de otra forma ¿Serviría?. Ahora pues hemos de enfrentarnos a varias cuestiones a resolver: ¿Qué produzco? ¿A quién lo vendo? ¿Lo podrán pagar?

Las dos primeras preguntas son de difícil solución. Don Autoempleo ha dejado de pensar para que lo hagamos nosotros. El problema es que no nos enseñaron a hacerlo. La tercera pregunta es la mejor de las tres (¿Lo podrán pagar?), ya que pone en evidencia la táctica demagógica de “los de arriba”. Si existiese demanda, ¿las empresas reducirían sus plantilla? ¡No! Y eso ha sido el motivo del aumento del desempleo, que es un círculo vicioso en un mundo globalizado. En definitiva supone “allá se las apañe usted mismo”, redundando en lo ya esgrimido.

Luego mi conclusión es que se pretende convertir a la población en autónomos, en un entorno de supervivencia, al más puro estilo prehistórico, ya que se pretende que nos las apañemos para satisfacer nuestras mínimas necesidades vitales, eso sí, sin que ello dé lugar a la obligatoria simplificación de la jerarquía social, y sin que se produzca el natural proceso inverso o de involución.

Si mi economía ha de ser de subsistencia ¿Para qué necesito políticos, burócratas, enchufados y demás seres y enseres? Si es de subsistencia supongo que  no me sobrará nada, ni tan siquiera ironía.

José A. Caballero

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