Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Tanto monta, monta tanto

Joaquín Caballero Ortega

De las pocas cosas que hoy día me atrevo a tragar de lo que sirve el menú televisivo está la serie sobre Isabel la católica. Seguramente que los puristas en historia que hayan decidido verla pondrán mil pegas sobre su rigor historiográfico y hablarán negativamente de las licencias televisivas de los guionistas y director. Es lógico que esto ocurra por deformación profesional, pero al margen de ello creo que la serie nos muestra aspectos fidedignos de nuestro pasado muy honrosos de tener en cuenta en nuestros días. Intentaré explicarme.

Hasta ahora, para quien no esté viendo la serie, he de decir que trata de la época en la que Isabel de Castilla pugna por el trono de ese reino contra su hermano Enrique IV. Se muestran las luchas sanguinarias por el poder, más alentadas por los nobles influyentes y por la iglesia que por los propios miembros de la realeza, quienes, aunque a veces reticentes, suelen ceder a los consejos de aquellos. Evidentemente que el pueblo llano no decide nada, sino que sucumbe a las decisiones de los poderosos con mansedumbre miedosa y pagan más y más impuestos para financiar sus batallas. ¿Tiene parangón esta situación con la actualidad? Guardando las distancias yo veo que la nobleza y el clero han sido sustituidos por los mercados financieros y la banca, mientras que la realeza es ahora la casta política gobernante, sean populares o socialistas. ¿Y el pueblo? El pueblo casi igual, pagando más IVA, sufriendo recortes, despidos baratos, desahucios vergonzosos y bajadas de sueldo o congelaciones, y siempre manso.

Las intrigas palaciegas forman parte de la serie y le dan un ingrediente televisivo para que el espectador se mantenga pendiente de la pantalla y no se deje llevar por las tentaciones de Morfeo. Envenenamientos, traiciones, deslealtades, amores e infidelidades se entremezclan en los dos bandos, donde con la excusa del bien de Castilla todos buscan su interés personal para llegar más alto. Vaya, vuelvo a mirar nuestra época actual y cambiando las caras de los actores por las de nuestros mandamases me encuentro lo mismo, si acaso los amoríos no están tan a la vista, aunque seguro que haberlos haylos. Si ahora no se envenena para quitar de en medio al enemigo, sirva la lengua envenenada de muchos para atacar sin piedad al oponente (no digo enemigo porque ahora ya sabemos que todo es políticamente correcto…). Y lo que se cuece en el seno de los partidos políticos no me digan que de traiciones y deslealtades se queda corto. Eso sí, ahora todo es por el bien de España.

Las contiendas entre los propios castellanos son por ahora las que marcan el hilo argumental, presentando a Andalucía como una parte de la península donde los reinos de Taifas ayudaban a sufragar las guerras castellanas dando algún que otro problemilla. Aragón está a mal con Francia  y con Cataluña existen refriegas, por eso parece que sería conveniente la unión de Fernando el católico con Isabel. Todos sabemos que esa unión daría lugar a la unificación de territorios y quedaría algo parecido a lo que hoy es España. Mientras que la serie de la 1 nos habla de unión, los telediarios no dejan de hablar de la independencia de Cataluña y del País Vasco. El dicho de que la unión hace la fuerza parece que ha quedado como frase del pasado, porque Arturo Más e Íñigo Urkullu se han encargado de decir lo contrario, quizás para que no se hable de otras cosas, como por ejemplo de la pésima gestión del gobierno que preside el catalán y que ha dejado a su comunidad autónoma casi arruinada.  La unión de España siempre en equilibrio sobre un alambre, unión impuesta o unión querida, ese es el dilema.

Algunos  de los protagonistas de la serie que me están llamado la atención son los nobles, así el personaje de Juan Pacheco es la imagen viva de un magnífico manipulador y egoísta sin escrúpulos. O la de su enemigo Beltrán de la Cueva como un caballero venido a más, fiel pero hasta cierto punto. .. La de Chacón, que se desvive por Isabel desde que era niña. La de Mendoza, cuya obsesión es que Juana la Beltraneja sea la heredera en lugar de Isabel. ¿Existe parangón en nuestra sociedad? Yo lo tengo claro y el sí es rotundo; de otra manera y con otras formas, por supuesto, pero pónganle caras ustedes mismos.

Pero sin duda alguna, los personajes que más se apoderan de mí son los eclesiásticos. Ese arzobispo belicoso, ambicioso y mujeriego me parece magistral, por eso Alfonso Carrillo consigue satisfacer mis necesidades morbosas como espectador. Tampoco está mal el de Sevilla, monseñor Fonseca, que no le anda a la zaga al toledano. El nuncio papal, De Véneris, y el mismísimo papa Paulo II andan rebañando de unos y de otros con tal de enriquecerse más y más. Vamos, como durante siglos y siglos ha sido la iglesia católica, incluso llevan las mismas vestimentas (algo más que anecdótico) y se sitúan en el ultraconservadurismo. Está claro, y nos podemos sentir afortunados, de que hoy la iglesia católica no tenga ese poderío  (sin embargo no puedo remediar ver a Rouco como Carrillo y a Demetrio, obispo de Córdoba, como Fonseca),  pero gracias a nuestro actual gobierno rajoniano ya sabemos que se siente como pez en el agua; nada de recortes para ella, nada de quitarle privilegios impositivos, nada de acabar con los puestos de los profesores de religión en la escuela pública. Nada tiene que intrigar Rouco con Rajoy porque ya saben aquello de “tanto monta, monta tanto…”.

Joaquín Caballero Ortega

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