Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La Iglesia sí que lleva siglos muy enferma

Cuando ya empieza a hacerse normal leer que algún miembro de la Iglesia ha cometido abusos contra menores, ya sea un simple cura de pueblo o un jerarca de mayor alcurnia, y se desgañita el Papa Francisco pidiendo perdón y diciendo que esto debe ir a los tribunales, resulta que los de la Conferencia Episcopal española saltan nuevamente con la defensa de cursos para curar a los homosexuales. Aunque claro, ellos dicen que no son eso, que son acompañamientos espirituales para los que sufren por su condición sexual. Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía…

Pues vamos a entrar en faena, lo primero que se me ocurre es pensar que estos prebostes eclesiásticos no tienen ni la más remota idea de lo que es la condición sexual de todas y cada una de las personas. Está claro que no quieren atender los estudios científicos sobre la cuestión, ni escuchar las voces del pueblo llano cuando habla sin tapujos de estos temas que la Iglesia trata como algo demoníaco. Ya no es tabú, señores, afortunadamente cada cual es libre de ejercer su sexualidad como le viene en gana, siempre respetando a los que la viven de otra manera a la suya y sin intentar imponer sus tendencias.

Aquí no hay enfermos más que ustedes, es mi segundo pensamiento, que llevan a cuestas una castración ideológica que a la vista está lo que termina desencadenando en no pocos casos. Ustedes sí que necesitan cursos para intentar curarse de sus problemas psicológicos. Necesitan pisar la realidad y ver lo que pasa en la calle, ustedes sí que necesitan acompañamientos, pero no espirituales, sino humanos para dejar ese halo de demiurgos trasnochados.

Pero vayamos más allá, ¿ustedes han probado esos acompañamientos espirituales para los homosexuales que tienen en su casa? Que no es que yo diga que sean todos, pero tampoco son pocos, y eso lo sabe hasta el más pintao. No quiero personalizar, líbreme vuestro Dios, pero precisamente de esto se lleva hablando en Cabra y no hace poco tiempo. ¿Acaso estoy descubriendo algo? Y lo mismo que defiendo que cada persona haga con su sexualidad lo que le pide el cuerpo, lo defiendo para los curas, monjas y hasta monaguillos, ¡faltaría más! Lo que no me gusta y nunca defenderé es la hipocresía, la mentira por el qué dirán, la falsedad por no chocar con la sociedad, sea la que sea. No está bien esconderse ni tras una sotana, ni tras un traje, ni tras un báculo, porque aquí cada cual es libre. Me gustan los valientes, los que van de frente, los que no se esconden, los que dan la cara, y, precisamente, en la Iglesia veo pocos de esa estirpe.

Un amigo, jocosamente, me responde cuando hemos hablado de este tema que a ellos no les debe de haber ido bien estos cursos. Entre bromas y veras sobrellevamos este sinsentido al que nos tiene acostumbrados la Conferencia Episcopal o alguno de sus obispos más insignes, como el obispo Munilla, el de San Sebastián, que nos ha dejado doctas opiniones sobre los homosexuales como ésta: “sufren una desviación neurótica y necesitan una sanación de las heridas afectivas” que, según dice en su libro, va desde la infancia y la adolescencia. A lo mejor se estaba acordando de la suya cuando escribió tal sandez, digo yo… Y no quiero dejar pasar otra de las frases famosas de este espécimen religioso: "el sexo por el sexo, sin otra finalidad, produce una profunda frustración" y dice el tío también que "el placer no es un fin en sí mismo". Y se queda tan pancho, ¿cuántos lectores han sentido frustración cada vez que han mantenido relaciones sexuales consentidas con su pareja, sin querer traer hijos a este mundo? Sí vamos, un mogollón, seguro, como es seguro que los católicos practicantes tienen relaciones sexuales sólo y exclusivamente para engendrar. ¿Pero en qué mundo vive esta gente?

Moralinas y más moralinas provenientes de una entidad obsoleta que se contradice a sí misma una y otra vez como es la Iglesia Católica, una entidad que goza en nuestro país de unos privilegios que ningún gobierno hasta la fecha ha tenido la valentía de cortarle el suministro económico, ni sacarla de las escuelas públicas. Queda mucho por hacer, hay camino que recorrer hasta bajar de los altares políticos a los que hacen cada domingo campaña electoral egocéntrica, eso sí, con cada vez menos escuchantes.

Ahora que se acerca la Semana Santa, que a mí tanto me gusta porque la vivo a mi manera -que es alejado totalmente de lo religioso y adherido a lo artístico, lo antropológico y cultural-, no estaría mal ver quiénes son los que forman las hermandades, si hay homosexuales, trans o lo que les de la gana ser, si están bien vistos, si son uno o una más, si no les ponen pegas para ejercer cargos, si la batuta de la cofradía la lleva el consiliario o la hermandad en sí. Ya sabemos que si estás divorciado, estás señalado y vetado, no personalizaré, pero todos conocemos casos. A mí, la verdad, es que me da igual, pero por la salud de la Semana Santa se tendría que tratar alguna vez y en algún sitio de la hipocresía que hay en las cofradías, no sólo por la condición humana de los que las integran, sino por los condicionamientos impuestos desde el obispado. Porque ¿quién no ha dicho ante algunos integrantes de los cortejos procesionales eso de, anda ese/a, a Dios rogando y con el mazo dando? Quien este libre de pecado que tire la primera piedra… Por cierto, si Jesús de Nazaret volviera a este mundo como hijo de Dios, ¿qué pensaría de las opiniones de la Conferencia Episcopal? Él, que andaba con el pueblo llano, entre prostitutas, leprosos, ladrones, mercaderes… y fue tan humilde de entrar en Jerusalén montado en un modesto burro, ¿a quién consideraría enfermos, a los homosexuales o a los miembros de lo que ellos han llamado su Iglesia? Yo la respuesta la tengo clarísima.