Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El niño que robó el caballo de Atila

Terminé de leer la novela de Iván Repila (Seix Barral), coincidiendo con dos  acontecimientos tan dispares y pocos favorables a los deseos del ser humano y la sociedad. Me refiero al huracán Irma y el desafío catalán frente a un personaje político como Rajoy que a pocos convence, pero a muchos cansa, con su repetitivo soniquete: “España es un gran país”, sobre una sociedad cada día más oprimida intentando desenvolverse, más claro, sobrevivir, frente a la insaciable explotación del hombre por el hombre, desde un poder cada vez más unidimensional y neoconservador. Todo ese mundo que nos asfixia se plantea en la novela envuelto por una fábula con trasfondo de la realidad que ofreciendo el análisis social frente al deseo de lograr la libertad y los derechos justos de la sociedad.

La señal más concreta me la presenta en bandeja esta cita de Bertol Brecht  como señal de aviso antes de iniciar, el propio autor, el prólogo del libro

“Llegué a las ciudades en tiempo de desorden
Cuando imperaba el hambre.
Entre humanos fue que llegué a tiempos de rebelión
Y con ellos me indigné.
Así transcurrió mi vida, el tiempo
Que me había sido dado sobre la tierra.

Dos hermanos se enfrentarán a sentirse enclaustrados en un pozo a todo un proceso de conmoción interior. Uno es pequeño, otro algo mayor. Ambos, incomprensiblemente, han caído a un pozo de siete metros de profundidad en medio de un bosque; puede que al principio de la lectura desconcierte el espacio donde se desarrolla, pero una vez imantado por cómo transcurre el relato va a ir creciendo una solidaridad envolvente debido a una fábula que, a medida que se va formando, adquiere el cuerpo de una segunda lectura que descubre las claves de la tragedia. El lector tiene enfrente a los personajes aprisionados en un pozo y una madre lejana a la que le llevan comida que se guardará con celo en la hondura donde se encuentran, toda una actitud de defensa frente al espacio en que se encuentran.

La vida para un escritor que se siente a si mismo comprometido con la sociedad cuidando la calidad de la narración, el estilo no es nada fácil. En Iván Repila además se da el caso de que cree en la utopía.  Lo menos que se puede hacer para no sentirse culpable y cómplice del espectáculo político y social de esta sociedad desarticulada y de espalda al pasado y a sus promesas olvidadas: “Debes cargarte de razones para el odio, despreciar cuanto ves a tu alrededor y más aún, convencerte de que esa rabia es necesaria”

El escritor que más puramente ha expresado nuestro siglo (yo diría el futuro) y al que, por lo tanto, considero como su manifestación más esencial es Kafka... De todos los escritores de nuestro tiempo, quizá haya sido él quien tuvo el más torturador sentido del poder, de todo cuanto amenaza al individuo. Un poder ante el que se está completamente impotente. Y su forma de sustraerse a ese poder fue metamorfosearse en algo muy pequeño.

Elias Canetti

Luego no es correcto considerar a la lectura, simplemente, un rutinario espacio de distracción, aunque sí es compañía agradable frente a la soledad, compañía y cobertura de toda existencia sensible, no solo como placer para elegidos. El tener un libro entre las manos, igualmente, es alimento para la mente y así no anquilosarse ni retroceder; poder sentirse motivado para colaborar en defender lo conseguido como una necesidad intelectual y social, esperanza por la que continuar reivindicando libertades y derechos  humanos, así como la preservación del legado cultural heredado. La defensa de la persona ante los peligros de una globalización manipulada y dirigida por intereses y beneficios concretos de la avaricia de poderes establecidos, sus premeditados y calculados programas de enajenación y mediocridad con la que pretenden tener enjaulada a la sociedad. Pan y circo siglo XXI.

Iván Repila siguió su consejo, El niño que robó el caballo de Atila,  fábula protagonizada por dos hermanos encerrados en un pozo, estaba llamada a una mayor expansión editorial, extender las revoluciones posibles, se tradujo —al inglés, francés, italiano, hasta al coreano o el persa— y, fruto de ese eco su nuevo manuscrito aterrizó en Seix Barral, recordado con amor solidario aquella primera edición en una editorial pequeña de un editor utópico fallecido, amante de los buenos y comprometidos libros.