Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Ya vienen los Reyes Magos...

Ya nos llega la noche mágica de los reyes. Para los niños es la noche de la ilusión y guarda momentos especiales para todos ellos, que viven con nervios la llegada de los Reyes Magos de Oriente que entran por las ventanas, casa por casa, repartiendo regalos en una sola noche. Compartir con ellos el proceso de la ilusionada espera es autoregalarse una experiencia llena de ternura y emoción y esta tradición otorga a los más pequeños unos días cálidos y llenos de magia inolvidable.

Siempre he tenido esa ilusión y creo que los padres deberían trasmitir a sus hijos que los Reyes Magos de Oriente son de verdad, repartiendo cada año los regalos a todos los niños. Curiosamente hace unos días me encontré con este bello relato de autor desconocido que describe fielmente la autenticidad de los Reyes, que verdaderamente los Magos de Oriente existen y su misión desde la adoración al niño Dios, es repartir regalos a todos los niños en esa noche tan mágica. Y quiero compartirlo con ustedes:

Papá llegó a casa y se sentó con su hija para escuchar cómo le fue el día. La niña en voz baja y misteriosa le preguntó: ¿Existen los Reyes Magos?

- ¿Papa?

- Sí, hija, cuéntame.

- Oye, quiero... que me digas la verdad.

- Claro, hija. Siempre te la digo, respondió el padre un poco sorprendido.

- Es que... titubeó Cristina.

- Dime, hija, dime.

- Papá, ¿existen los Reyes Magos?

El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.

-Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?

La  nueva  pregunta  de  Cristina  le  obligó a volver  la  mirada  hacia la niña y tragando saliva le dijo:
- ¿Y tú qué crees, hija?

- Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.

- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...

- ¿Entonces es verdad?, cortó la niña con los ojos humedecidos. ¡Me habéis engañado!

- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen, respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina.

- Entonces no lo entiendo. Papá.

- Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.

Cristina se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:

- Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:

- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.

- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:

- Es  verdad  que sería  fantástico,  pero  Gaspar  tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.

Los  tres Reyes  se pusieron muy  tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño  Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:
- Sois  muy buenos, queridos  Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar  vuestro  hermoso deseo. Decidme: ¿qué  necesitáis  para  poder  llevar regalos a todos los niños?

- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.

- No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.

- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.

- Decidme, ¿no es verdad  que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.

- Sí, claro, eso es fundamental, asistieron los tres Reyes.

- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?

- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje, respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?

Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:

- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen.

También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.

Cuando  el  padre  de  Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy  muy  contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.

Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.

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