Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Papeles perdidos

Hace ya años, no recuerdo cuántos, descubrí en una caja de cartón, de las muchas que tengo guardadas con papeles y recuerdos del Senado, una felicitación navideña que me dirigía un destacado político – no haré referencia a su nombre- en la que, junto a los buenos deseos, me exhortaba a profundizar en los valores de la democracia y a trasladar los mismos a la sociedad.

No sé si a otros compañeros de escaño se dirigió en los mismos términos, pero, en todo caso, recuerdo que en su día su consejo lo recibí como un aldabonazo en mi conciencia política que, de alguna forma, tuvo una expresión real en distintas circunstancias por las que hube de atravesar.

Y es que ese profundizar en los valores de la democracia conlleva no sólo una actitud meramente política, sino un proceso personal sin el que vivir en democracia pueda tener sentido.

De aquel “bipartidismo diabólico”, al que con ironía se refería Alfonso Guerra recientemente, anunciando que sentiríamos nostalgia de él, hemos pasado a un pluripartidismo que enriquece la calidad y cantidad de propuestas a la hora de gestionar la sociedad, pero que nos plantea el gran reto de saber entendernos, de profundizar en los valores de la democracia, como hace años se me sugería.

Por ello que, junto al diálogo, al debate político, estemos necesitados de que nuestros representantes vivan, también personalmente, el sentir democrático, la disposición íntima a aceptar que, si consideramos bueno lo propio, no podemos perder de vista que lo ajeno puede estar, también, repleto de valores.

Y creo que en momentos como este, en los que los partidos no aciertan a moverse en democracia, los políticos carecen de identidad democrática propia que trasladar a dichos partidos y, a través de ellos, a la sociedad.

España, los españoles en suma, no nos movemos en un debate ideológico. Me atrevería a afirmar con rotundidad que tampoco los partidos políticos se mueven en él.

Ocurre, sin embargo, que mientras la sociedad española –hoy muy alejada y distinta a lo que representan los partidos- aboga por un encuentro de gestores y programas que trasladen estabilidad y desarrollo al país, ellos, los políticos –representantes sólo de sus intereses-, pugnan por resaltar las diferencias, con el único y exclusivo afán – pongo la mano en el fuego- de conservar un status singular y de privilegio desde el que ejercer el poder y con el que obtener los mayores beneficios tanto para el grupo como personales.

Profundizar en la democracia representa hacerlo en el encuentro, en todo aquello que nos pueda unir ya seamos vencedores o vencidos.

Supone establecer unas normas de conducta, tanto internas como externas, de partido o personales, que hagan transparente el proceso de toma de decisiones, el ejercicio de la representatividad, que hoy son inexistentes o, de existir en alguna medida, vienen incumpliéndose de manera flagrante, hasta terminar incluso en los juzgados.

Representa renunciar al valor absoluto de lo propio para situarnos en la relatividad en la que se desarrolla una sociedad que es plural, tanto en sus aspiraciones como en sus necesidades.

No es cuestión de poner en marcha políticas socialistas o liberales que, en mayor o menor medida, pueden dañar a la sociedad. Es cuestión de integrarlas, sea quien sea aquél que habrá de gestionarlas, a fin de generar los mayores beneficios posibles.

Eso implica una nueva cultura democrática basada no en la lucha de partidos o de clases, sino en el debate constructivo que permita que los ciudadanos disfruten de unas mejores condiciones de vida y, además, puedan descubrir a quienes hayan colaborado en la génesis y aplicación de las mismas para, cada cuatro años, orientar su voto.

Puede parecer imposible con partidos tan tradicionalistas como algunos de los que se mueven en nuestro arco parlamentario, pero, de otra forma, el lamentable espectáculo de vivir dos elecciones generales en seis meses y estar pendientes de una tercera en sólo un año, no sería sino la expresión de una democracia opresora y sin sentido que en lugar de atender a la voluntad del pueblo lo haría, exclusivamente, a la voluntad de sus representantes, lo que no dejaría de ser un nuevo modelo de dictadura sustentada y enfrentada con las urnas.