Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

El fracaso del cambio

Enrique Bellido Muñoz

Mi buen amigo y editor de este medio de comunicación digital me sugería, días pasados, la posibilidad de que hiciera una valoración sobre la presencia constante de un término de nuestro diccionario en las campañas electorales, la palabra cambio.

Vengo dándole vueltas por arriba y por abajo, ingeniándome vías de acceso y procurando información de todo tipo y he de reconocer mi impotencia para organizar cuatro párrafos con los que dar respuesta a la propuesta de mi amigo. Y no porque el tema carezca de enjundia, que la tiene, sino tal vez porque uno, que cree en el cambio, posiblemente carezca de perspectiva real desde la que enjuiciar una actitud política que, siendo consustancial al tránsito de los tiempos y confluyente con la alternancia que tan beneficiosa se demuestra en los sistemas democráticos, no siempre se ajusta a los deseos reales de la población.

Mucho se ha hablado, por sociólogos, filósofos, economistas y politólogos de la Teoría del Cambio, fundamentalmente desde que la Segunda Guerra mundial representase un punto de inflexión en las relaciones y modelos sociales internacionales.

Sin embargo, más allá de una teoría, el cambio ha venido representando una realidad, a veces, cuando no una utopía que todos pretendían alcanzar o a través de la cual obtener el apoyo de las masas.

En nuestro doméstico caso, el cambio tardó en producirse casi cuarenta años, con el paso de la dictadura a la democracia. Antes de ello las modificaciones fueron mínimas si nos comparamos con la realidad de los países de nuestro entorno, fundamentalmente en materia de libertades.

Fue en noviembre de 1975 cuando se puso realmente en marcha el mecanismo del cambio que culminó, primero, con la aprobación de una Constitución común y, después, con el acceso primero de la UCD y después del PSOE al gobierno de la nación.

Es a partir de la llegada de los socialistas al poder o, mejor, de la casi perpetuación de Felipe González al frente del Ejecutivo, cuando se establece una dinámica de búsqueda del cambio que ha venido marcando la oferta electoral de unos y otros, a la derecha o izquierda, desde el nacionalismo o el estatalismo, como pretendiendo escapar del pasado más reciente para buscar en lo novedoso, en lo distinto, razones que justificasen una nueva dirección para el voto.

Y en realidad cualquier opción política representa un cambio con respecto a aquella que en anteriores comicios haya recibido nuestro apoyo. Todo hay que decirlo, no sabemos si a mejor o a peor, pero cambio al fin y al cabo.

Unos ofrecen cambiar a políticas liberales, otros a socializar la economía, los de más allá a la búsqueda de la identidad nacionalista y los que no a encontrar en el medio ambiente nuestra razón de ser.

Cambios, cambios y más cambios que al final, curiosamente, sólo persiguen movilizar el voto de alrededor de un 10% del electorado que es el que realmente no tiene comprometido su voto –por multitud de razones- con una opción política determinada, y que representa, en definitiva, el grupo de electores que deciden en los comicios.

Cambios que, al final, en esta sociedad globalizada e interdependiente, no son tales y se quedan en meras declaraciones de intenciones que sacrificar al resto de países europeos o, lo que es mucho más grave, a reducidos grupos territoriales, generalmente nacionalistas, que sirven de muleta para lograr mayorías suficientes.

Por ello que me resulte tan difícil complacer a mi amigo y desista de mi intento.

Lo siento, otra vez será.

 

Enrique Bellido Muñoz

Ex senador del PP y miembro del Consejo Asesor del PP-A

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