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"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Querida Prudencia

Al mencionar la palabra prudencia, probablemente venga a la cabeza de muchos la idea de sagacidad más que la de virtud. No es fácil deslindar estos dos conceptos, porque la prudencia entendida como virtud también incorpora algo de la sagacidad, aunque no se agota en esta.

Para mí, un caso, más que de prudencia, de sagacidad lo veo claro en José Luis Rodríguez Zapatero. Pienso que algo tendrá de sagaz cuando siendo tan incompetente, llegó a Presidente del Gobierno. Por muy mustio que sea un tipo, es imposible que llegue a Presidente del Gobierno si no tiene una buena dosis de al menos uno de los aspectos de la prudencia como es la sagacidad.

Por el contrario, supongamos un señor de 74 años a quien se le ocurre dejar a su familia en España y largarse en compañía de una rubia alemana 30 años más joven que él, a cazar elefantes a Botswana. Aparte de otras consideraciones que me imagino están en la mente de todos, tal actuación es, como poco, una manifestación de ausencia de prudencia.

El jesuita Baltasar Gracián escribió allá por el siglo XVII un pequeño tratado titulado “Oráculo manual y arte de la prudencia” desarrollado en 300 aforismos que trata de la prudencia orientada sobre todo como arte de saber vivir en un mundo difícil y recomendaciones para lograr tener éxito. A mí personalmente, el libro me parece extraordinario y el título pésimo. Entiendo que se trata de uno de los manuales de autoayuda mejores que se han escrito, con vigencia para los tiempos que corren, con una sabiduría humana fuera de toda duda. El título, sin embargo, me parece desafortunado porque la prudencia no es un arte propiamente, como más adelante voy a exponer, y porque tampoco es objeto de un oráculo, ya que es una virtud y las virtudes no se viven a golpe de oráculo.

Quiero centrarme un poco más en la prudencia como virtud, pero no en su aspecto de virtud cristiana sobrenatural, cuyo objeto es la moralidad sobrenatural estudiada por la teología, sino más bien en su aspecto de virtud humana cardinal que todo hombre, creyente o no, debe vivir si quiere llevar un mínimo comportamiento ético en su vida.

La prudencia como virtud reside en el intelecto, en la razón práctica, y sirve para ordenar rectamente nuestros actos eligiendo los medios adecuados para obrar bien. Viene del latín “providentia”, y esta de “procul videns”, que significa ver desde lejos ordenando medios y previendo consecuencias, es decir, siendo perspicaz y adelantándose a los casos inciertos que puedan ocurrir. Antiguamente a la prudencia se la designaba también como “discretio”, discreción, y estaba emparentada con “discernere”, discernir, es decir, con el buen juicio relativo a los medios a emplear en una determinada situación.

Como toda virtud, para adquirirla es preciso entrenarse, repetir actos de esta virtud muchas veces hasta hacerla familiar en la propia vida.

De todas las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, la más importante es la prudencia, porque esta es la que guía a las otras virtudes poniéndolas en contacto con la realidad y ordenándolas en el querer y en el obrar. Solo el hombre prudente podrá ser justo, fuerte y templado. Por el contrario, hay quienes dicen ser justos, pero reclaman una justicia utópica, carente de objetividad. También hay hombres valerosos que roban y asesinan. De la misma forma, también existen hombres “ascéticos” cuya moderación es una máscara que oculta su injusticia. Todos estos no son ni justos, ni fuertes, ni templados; les falta la prudencia que oriente esos conatos de las otras virtudes.

La prudencia es la recta razón en el obrar. Es un conocimiento directivo que opera en el campo de lo contingente, como el arte, pero se distingue de este, porque el arte versa sobre el hacer, mientras que la prudencia lo hace sobre el obrar. ¿Qué diferencia hay entre hacer y obrar? La respuesta la da Aristóteles: mientras el hacer es una acción que pasa a una materia exterior—por ejemplo, edificar un edificio—en el caso del obrar, el acto permanece en el mismo agente, como por ejemplo, ver, amar, etc. Esta es la razón por la que el libro de Baltasar Gracián me parece tener el título equivocado.

Es importante repetir que la prudencia actúa solo en lo relativo a los medios a llevar a cabo en nuestro actuar, dando por supuesto que los primeros principios éticos los tenemos claros, si bien es cierto también que la prudencia es algo así como una puerta para las otras virtudes: una vez que la puerta ya está abierta, las otras actúan.

Tampoco podemos olvidar que la prudencia, como virtud intelectual práctica, tiene materia ética. Por tanto, para actuar con prudencia tiene necesariamente que haber una buena disposición previa afectiva: el hombre prudente, por lo que acabamos de ver, no es como el artista o el técnico, que pueden realizar una buena obra en pésimas condiciones. El acto de la virtud de la prudencia se queda en el agente.

Hay que tener en cuenta no obstante, que la prudencia vincula principios y circunstancias, de modo que teniendo presentes los principios, elijamos los medios, los caminos o las vías, según las circunstancias de cada caso, para que nuestro actuar sea bueno de acuerdo con los primeros principios éticos.

Si analizamos un poco el modo prudente de actuar, podemos distinguir en la prudencia tres actos, llamados clásicamente consejo, juicio e imperio. El consejo y el juicio son cognoscitivos, y el imperio es operativo. Lo propio del consejo es indagar y se le opone la precipitación. El hombre prudente indaga. En cuanto al juicio, lo propio es juzgar los medios posibles a emplear y se le opone la inconsideración o el atolondramiento. Por último, lo propio del imperio es aplicar a la operación los consejos y juicios hallados, y se le opone la inconstancia. Quien no es constante en lo que hace, es un imprudente.

Podemos ver ahora qué aspectos requiere la prudencia para actuarla correctamente. Podemos distinguir entre aspectos cognoscitivos y preceptivos. Entre los primeros podemos señalar cinco, a saber, memoria, intuición, docilidad, sagacidad y razón industriosa. La dimensión preceptiva de la prudencia requiere tres aspectos, a saber, providencia, circunspección y cautela. Los vemos todos brevemente.

La memoria nos vincula con el pasado y por tanto, con la realidad. Dicho en otras palabras, conocer la historia es fuente de prudencia por ser fuente de realidad y ser característico de la prudencia acudir a la realidad. Muchos errores no se habrían cometido si hubiera habido memoria del pasado.

La intuición o inteligencia de lo singular se refiere al presente. De la conjunción de los primeros principios y de la intuición, que tiene en cuenta las circunstancias singulares, surge la conclusión prudente.

La docilidad implica un reconocimiento humilde de nuestra ignorancia y nuestra limitación: ni aunque viviéramos varias vidas llegaríamos a tener los conocimientos necesarios para actuar siempre correctamente. Necesitamos la ayuda de otros. Necesitamos consultar a quienes saben más que nosotros. El hombre prudente consulta. Mitad pedantería y mitad ingenuidad es confundir el progreso de lo factible con el progreso humano. Quien no consulta es un huérfano espiritual o un ciego intelectual.

La sagacidad es la objetividad ante lo inesperado. Es la perspicacia, la habilidad, el ingenio, la conjetura, la flexibilidad ante la erosión o el cambio. No se debe confundir con el relativismo, ya que este no sirve al verdadero fin de la vida humana, que es permanente.

La razón industriosa es la razón en cuanto que usada para juzgar los casos particulares. Las acciones particulares distan mucho de ser inmediatamente inteligibles, tanto más cuanto más inciertas e indeterminadas son. Aplicar los principios universales correctamente a los casos particulares, variados e inciertos, es un aspecto fundamental para actuar con prudencia.

La providencia mira al futuro contingente, el único que el hombre puede ordenar teniendo en cuenta el fin de la vida humana. Supone ver lejos, anticiparse a los sucesos. No basta “prever” las consecuencias de un hecho, sino “proveer” al hombre de los medios necesarios para conducirle a un fin.

La circunspección vincula principios y circunstancias. La circunspección analiza y encauza las situaciones concretas en las que el hombre se encuentra. Mediante la circunspección no nos conformamos con descubrir lo conveniente para el fin bueno de las cosas, sino para “ese” fin concreto, con sus circunstancias propias.

Por último, la cautela lleva a discernir el bien y evitar el mal en las acciones que se nos plantean, que por ser contingentes, aparecen cargadas de bondad y maldad entremezcladas.

Como podemos ver, la prudencia es todo un reto, y muy apetitoso, habida cuenta de las buenas consecuencias que se derivan para el hombre prudente, pues el campo de acción es la vida misma, en su dimensión personal, familiar y social o política. También salta a la vista que los aspectos mencionados no constituyen por si solos la prudencia, sino que en cierta medida deben integrarse todos, constituyendo la prudencia mucho más que un arte, porque su acto se queda en nosotros y nos enriquece. Antonio Moya Somolinos.

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