Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Conversación sobre la libertad

Me pasé el otro día por la librería El Laberinto, que es de libros usados y la regenta mi amigo Daniel, el rojo del que hablé en el artículo anterior, aunque él puntualiza que más que rojo es anarquista. Ahí precisamente encuentro yo cierta explicación de la sintonía ideológica que tenemos, ya que aquel eslogan “anarquía es libertad” tiene mucha razón de ser para quienes somos liberales y estamos considerados, por tanto, unos bichos raros que no solo exigen su propia libertad, sino que disfrutamos con la ajena.

Yo creo que esto de la libertad es algo sobre lo que hay que estar hablando y pensando constantemente, sin bajar la guardia, porque la tendencia social—no de ahora, de siempre—es a ahogarla, ya que la libertad está destinada a convivir con otra tendencia aparentemente opuesta, que es la sociabilidad, que puede no ser bien entendida. Precisamente sobre esto último nos encontramos Daniel y yo hablando a los cinco minutos de aparecer yo por la librería.

La sociabilidad puede hacer que, imperceptiblemente, el hombre llegue a valorar la pertenencia al grupo por encima de su valor y dignidad individual. Efectivamente, la sociabilidad enriquece al hombre en todos los sentidos, pero tiene su cáncer, que es el de llegar a entender que el hombre vale, no en sí, sino en función de su pertenencia al grupo, y eso puede hacerle ahogarse en la colectividad.

Al hilo de esto, nos pusimos a analizar los diversos fascios, socialismos, sociales-democracias, etc. Dejo para futura colaboración un análisis un poco más detenido de todos estos fenómenos que en el fondo responden a una única posición de no querer reconocer esa libertad individual y esa capacidad de las personas para dirigirse a si mismas con responsabilidad.

 En una sociedad en la que, quien gobierna, parte de la desconfianza y de la mentira hacia quien es gobernado, no es extraño que por parte del gobernado se busque sistemáticamente el fraude y la trampa hacia quien ostenta el poder. Si quien ejerce el poder toma al ciudadano como niño pequeño e irresponsable, no es de extrañar que ese ciudadano actúe como un menor de edad y además, gamberro. Es un círculo vicioso del que no se sale, y no solo eso, sino del que se tiene tal miedo a salir que agarrota.

En estos diálogos estábamos cuando apareció por la librería Tomás, otro liberal, que se sumó enseguida al coloquio. Tomás se lamentó del efecto negativo para la verdadera libertad que tuvo la revolución de los 60 en la que cada cual hacía lo que le salía a los cojones sin ningún freno ni criterio, lo cual no era verdadera libertad, aunque fuese un signo de que la libertad existe.

Quise puntualizar a Tomás diciéndole que a mi modo de ver, la libertad consiste en hacer lo que a uno le da la gana, si bien hay que entender que somos humanos, no bestias, y ese “hacer lo que a uno le da la gana” debe hacerse al modo humano, no como animales, lo cual implica, no un freno a la libertad, sino su propia configuración como una capacidad humana que incluya el respeto a los demás y su dignidad.

Tomás me insistió en que la libertad tiene que tener un límite en los propios deberes.

Le quise matizar lo anterior diciéndole que esos deberes no deben ser algo extrínseco al ejercicio de la libertad, sino algo querido, o lo que es lo mismo, que la libertad no consiste en no tener vínculos sino en amar voluntariamente los propios vínculos.

Parece que me expresé satisfactoriamente a los oídos de Tomás, porque asintió a la vez que me dijo una de las frases más maravillosas que he oído sobre la libertad: El amor a la libertad no solo consiste en amar la libertad de los demás, sino en llegar a decir “mi libertad es tu libertad, mi mayor libertad es tu mayor libertad”.

Esto me hizo recordar, y así lo expresé a mis contertulios, esa frase de San Agustín, “ama y haz lo que te de la gana”, que a mí me ha llevado a lo largo de toda mi vida a hacer siempre lo que me da la gana sin sensación de libertinaje por cuanto me parece que ese “ama y haz lo que te de la gana” hay que entenderlo como algo simultáneo, algo así como “ama haciendo a la vez lo que te de la gana” o “haz lo que te de la gana siempre que eso sea simultáneo e inseparable a amar”.

Vistas así las cosas, la referencia inicial de Tomás al deber adquiere sentido pleno, por cuanto la libertad no es libertad si no tiene una guía que le marque el norte, que le oriente, y esa guía, sin duda, es la verdad, de donde nace el deber como algo no impuesto contra la voluntad, sino algo querido y grato.

Por eso Tomás continuó apuntando que la libertad lo es en la medida en que está orientada hacia el bien, no siendo verdadera libertad cuando busca el mal o cuando no tiene ninguna orientación.

Intervino Daniel en ese momento para apuntar el gran error de la deconstrucción del teatro, de la arquitectura, de la filosofía y otras disciplinas que solo se han enfocado para destruir las aportaciones anteriores, pero no han sabido mantener una alternativa válida.

A continuación fue Tomás el que apuntó el valor de la conciencia en el uso de la libertad. Yo seguí su razonamiento remarcando que la conciencia es la fuente próxima de moralidad, y no las múltiples instancias que aparecen hoy día por todas partes que intentan forzar al hombre a una obediencia instrumental, cuando la moral no puede ser ni es algo externo, sino que está en el interior de cada hombre, siendo la propia conciencia la que responsablemente debe dirigir en última instancia los pasos de cada uno, con plena libertad interior.

Ya era un poco tarde y Tomás terminó apuntando que el gran defensor de la libertad, a su juicio, es sin lugar a dudas Miguel de Cervantes.

Interiormente pensé que en ese punto tengo lagunas, porque de Cervantes solo he leído tres veces el Quijote y una vez algunas novelas ejemplares. Hice el propósito de poner en mi lista de próximas lecturas algunas de las otras obras de don Miguel.

De tanto exaltar, como exaltamos, el diálogo entre quienes piensan diferente, a veces nos olvidamos del placer intelectual que produce compartir puntos de vista parecidos entre quienes hemos llegado a ellos por caminos diferentes.

 

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