La Lupa

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

27 horas de viaje en solitario

RELATO. Como en esta vida las cosas surgen sin esperarlas y no vale el empeño de quererlas enmendar, pues la terquedad del destino se empeña desesperadamente en hacer valer su parecer, no queda más remedio que vivir intensamente el momento presente y disfrutar de todo lo que te rodea, incluido por supuesto, los seres queridos, como si se tratase del último día de tu vida.

Andaba enredada en esos pensamientos, cuando me vi de pronto en medio de la estación del tren con dos maletones enormemente pesados y un bolso de mano, que más que de mano, diríase mejor de brazo y medio.

Viendo la azafata, guapa y dulce como chocolate, la imposibilidad de bajar hasta las vías por la cinta transportadora sin parecer una pelota de pin pon, me acompañó y bajó hasta el andén (en el ascensor) en unión de mi hijo, que aunque no viajaba le permitió acompañarme con el equipaje. Él mismo fue quien subió y acomodó las maletas en los minúsculos habitáculos destinados a tal efecto.

Con puntualidad inglesa, el tren salió de la estación, verdad es, que la tecnología nos ha puesto en dos horas de Córdoba a Madrid con la alta velocidad y a pesar de la embriaguez que produce lo vertiginoso de todo lo grande, no es menos cierto, que se ha perdido el sabor y el encanto e incluso el poético cha ca chá, de esa especie de culebra negra arrastrándose por el suelo a lo largo de los raíles, las bruscas oscilaciones, los silbidos, el contemplar el paisaje hasta el detalle, el airecillo que entraba por la ventana al abrirla algún viajero fogoso, las conversaciones mantenidas con los pasajeros, interesantes unas, otras menos y casi siempre intrascendentes, pero entretenidas. En las estaciones, vendedores te ofrecían por las ventanillas sus productos, bocadillos, agua, chocolates, tabaco, etc., a veces la parada era tan larga (había que esperar que pasara otro tren en sentido contrario, o bien, enganchar algún que otro vagón), que daba tiempo a bajar y tomar un café en la cantina.....Por el contrario, ahora oímos al ejecutivo cerrar un contrato, al ama de casa la comida que al día siguiente comerá con su familia, al amante enamorado recitando jaculatorias .....en resumen, cosas que a nadie importa sino a los propios interesados.

 Cerré los ojos y dejé volar la imaginación y a poco que las ideas se me fueron enredando en las telarañas del cerebro que me van quedando, el speaker de la tripulación anunciando la llegada a Puerta de Atocha, me volvió a la realidad del momento.

El problema del equipaje se me agigantó en un instante, pues el metro ochenta y siete de hijo que tengo, me colocó las maletas a su altura, así, que ante mi, tenia dos gigantes bien pesados que rescatar de un atascado orificio.

La tranquilidad aparente que llevaban los pasajeros en sus respectivos asientos, se volvió un apresurado y vivo tornado con ansias de abandonar el vagón. Intentar acercarme antes de que me llegara el turno era impensable, por lo tanto me dediqué a pensar la fórmula de poder hacerme con mis pertenencias. Bultos enormes caían de la parte superior de los asientos, agarrados por sus dueños con una agilidad, que podría decirse, fueran rosquillas de viento y mientras tanto, mi pensamiento soportando el peso de mis dos gigantes. Escalofríos me daban al pensar el atasco que iba a generarse por mi culpa y los exabruptos que posiblemente tuviese que soportar.

Llegado al punto fatal, la serie de personas que me seguían quedose parada, lo mismo que yo, ya que era totalmente imposible que por mis propios medios pudiera hacerme con aquellos monstruos. De inmediato un señor muy amable se prestó a sacarlas del lugar sin pensar ni en el tamaño, ni en el peso, ni en la altura, ya que la suya era más bien escasa. Todos sus esfuerzos eran inútiles, por más que se estiraba no daba la talla.

Intentó subirse en una de las maletas rígidas que había en el suelo, pero ni por esas. La visión ante mis ojos que ofrecía aquel galante y aventurero caballero, se me hacía tan cómica que con grandes esfuerzos pude mantener la compostura y no soltar la carcajada. El nerviosismo se mascaba en el ambiente, algo que no llego a comprender, pues al ser destino final, no se a que viene tanta vehemencia, pero….así somos. Un joven alto y fuerte que apareció caído del cielo, resolvió el atasco al instante bajándolas hasta el andén, ganas me dieron de encaramarme a una de ellas para que me bajara a mi también, al tiempo que el señor anterior debió tomarlo como desafuero y se fue rezando bajito hasta perderle de vista.

El traslado desde Atocha hasta el aeropuerto de Barajas los realicé en un transfer sin problemas.  Una vez allí y facturado el equipaje, empecé a relajarme y disfrutar del viaje.

Sentada en una de las múltiples sillas que hay, en espera de la salida del vuelo que me llevaría a mi destino, revisaba detenidamente el devenir del abundante personal que pululaban por los larguísimos pasillos de los distintos terminales, las numerosas tiendas, cafeterías y establecimientos de comida más o menos rápida. Azafatas, sobrecargos, comandantes debidamente uniformados, desfilaban elegantes y distinguidos como si se tratara de la pasarela Cibeles o cualquier otra parisina, los encargados de la seguridad, en una especie de monopatín con alto manillar, cruzaban a troche y moche esquivando con avidez los obstáculos, tanto personales como de enseres, que se encontraban por su camino, el personal encargado de la limpieza, presumiendo con sus carritos, empujaban con destreza unas hermosas mopas que al tiempo de recoger la pequeña suciedad sacaba brillo al suelo que a modo de espejo, relucía brillantemente.

De repente, ¡cielos, que ven mis ojos! Por el fondo se aproxima una figura un  tanto desgarbada;  un inglés, seguro que es un inglés. ¿Qué como lo supe?

No podía ocultarlo, alto, blancuzco, que mirando por encima de su corbata verde, dejaba ver unos ojos claros detrás de unos pequeños lentes reposando sobre una remolacha nasal. Sonrosadas mejillas, leve sonrisa, pantalón escocés y zapatos bicolor completaban la caricaturesca faz del gentelman solitario cargado de bolsas. Varias familias, mexicanas, colombianas, peruanas, rodeadas de niños todas ellas deambulaban por los pasillos del aeropuerto hablando bajito y llenos de bultos y juguetes. De repente un desagradable griterío, carcajadas en elevado tono, hablar como en una feria, eran un grupo de españoles dando la nota. -A veces da pena tener que sentir vergüenza ajena-. Estar sentada esperando que la megafonía anuncie tu hora de embarque, supone el ver desfilar un variopinto muestrario de pequeños mundos, tan diferentes, que la imaginación se excita de tal manera que vuela desesperadamente intentando encontrar eco en alguna parte, y a poco que se reflexione, se da uno cuenta de la minúscula porción de tiempo que pasamos en esta vida y lo mal que lo aprovechamos.

Once de la noche, hora de embarcar. Espero mi turno y una vez acomodada en mi  asiento, ¡oh Dios, que asiento! Así da gusto viajar, amplio, con todo detalle a tu alrededor, conexiones informáticas, monitores individuales, al desplazarse se convierte en cama total, ignoro si todos serán igual, o este por ser último modelo estaba equipado con todo tipo de comodidades, pero era magnífico; ahora comprendo mejor como los políticos andan siempre por las nubes, no subidos a una escoba precisamente, que es lo que deberían, sino en sitios mejores que este, porque ellos lo hacen en esa clase tan exclusivísima, lo malo es que viajan a expensas nuestras y no de sus bolsillos y más nos valiera que alguno se quedara enredando por las alturas, que a veces parece que toman tierra con el trasero en vez de con el tren de aterrizaje y llegan demasiado alterados, con ideas peregrinas que solo crean desasosiego, claro que con semejante parte al descubierto y en carne viva no se les puede ocurrir nada bueno.

Tomado esa especie de comida que te ofrecen con mucha amabilidad, la intensidad de luz reducida a una penumbra muy agradable, el sopor vertiginoso del incesante ruido de los motores, la languidez del cansancio, la misteriosa embriaguez de las altas horas de la noche que pesan de una forma tan particular sobre el espíritu y el estar al otro lado de las nubes, comenzaron a influir en mi imaginación, ya sobreexcitada anteriormente, de tal manera, que la dejé volar a su libre albedrío hasta que me venció el sueño. Entre oníricas situaciones y otras más reales, pasé gran parte del tiempo.

Pasadas 12 horas, que por el cambio horario parece un suspiro pero que en el cuerpo las llevas, aterrizamos en el aeropuerto de México D.F. Cuatro treinta de la madrugada (hora local). En España serían las once a.m. más o menos, pero nosotros andábamos de madrugada todavía.

Allí, menos la intensidad del ruido, todo se cuadriplica, la gente, las distancias, la incertidumbre, el desconcierto, el cambio de significado de algunas palabras..... pero todo tiene arreglo, como disponía de 4 horas para trasbordar y gracias a la ayuda, previo pago, de la gran cantidad de personas dispuestas a ello, coloqué de nuevo el equipaje en el lugar adecuado y me puse en la fila de inmigración. Fila enorme donde las haya, Babel en un gran zig-zag, que se resolvió relativamente pronto. Al igual que los controles personales, que te hacen sentir desnuda como pollo sin pellejo, o sin plumas, ya que tienes que colocar en una bandeja  todo lo que contenga metal por pequeño que sea, aparatos informáticos, líquidos...... y cuando ya estás escuálida, te pasan por todo el cuerpo el detector de no se el qué, porque está todo en la bandeja. Eso es tributo a pagar por la seguridad "dicen" , pero ......cuando al pirao  de turno se le inflan las narices ¡¡hacer puñetas todo!!. En fin, ¡que le vamos a hacer!. Cosas de la globalización y  la tecnología.

A la hora prevista, despegamos rumbo a mi destino en un avión que no tenia ningún parecido con el anterior, solo que volaba, siendo la misma línea aérea no tenia nada que ver el transoceánico con el nacional.

El vuelo transcurrió en el tiempo previsto y con toda normalidad.

Llegué al final del viaje después de 27 horas de trenes, vuelos, trasbordos, esperas, pero feliz y contenta pues hay que saber disfrutar y dar gracias a Dios de todo lo que la vida nos va poniendo en el camino.

 

 

Añadir nuevo comentario

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de las páginas web y las de correo se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.