Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

La estirpe de la loba, de Zirta B.

Nuestra obra llega plagada de pintorescos sobresaltos montaraces, propiciando el exquisito anhelo de lectura vital para seguir leyendo. Con pretensión tradicional de mundo, “su padre esperaba desde entonces al pretendiente apropiado para acceder, de la mano de su hija, a la alta burguesía”. Gala, la muchacha del antojadizo adinerado, busca la salida, “sin darse cuenta de que, […] el polvo de ceniza de un puro caía sobre ella”. Mientras, suculentas propinas a botones que allanan el camino y limpian las cenizas que el Bisonte esparce por el blanco mármol del hotel.     

Se nos presenta un escenario de excepcional cosecha literaria. Viejas formas representan con crueldad, las ascuas y cenizas donde balbucea nuestra cultura más conservadora y caciquil andaluza. Asistimos al encuentro bestial de la ignorancia arrogante y los mezquinos ingredientes que dijera don Francisco de Quevedo: “poderoso caballero, don dinero”. Y puede decirse con rigor didáctico del popular dicho: no hay nada peor que un pobre jarto pan. Este es el marco donde poder y riqueza conjugan vileza e insustancialidad del género ‘humano’, y al que valientemente, su autora Zirta B., nos adentra con precisión verbal en su obra “La estirpe de la loba”, en versión pdf.       

“Hace muchos años trabajaba en los establos de tu padre…”. Y con voz indemne nos muestra gestos del mejor estilo refinado que pueda definir al hombre ecuánime y generoso. Pero sin ilusiones. Aquel trance de bárbaro poderío aun brama con empírico vasallaje. Ni siquiera la belleza deslumbrante de Gala, doblegará el bestial despotismo barbarizante. Hoy día, venimos asistiendo a un igual bestialismo en formas vergonzantes y a ojos de una sociedad incapaz de superar sus propias vergüenzas educativas. Y he aquí una preciosa muestra a analizar, sopesando las mentalidades más ambiciosas sobre nuestra idiosincrasia y el bloqueo mental de los valores y la gentil convivencia.                            

Con arraigo romántico nos acerca al célebre personaje andaluz, Fernando Villalón, en su persistente logro de una casta de toros de primigenia raza andaluza y mítica bravura. “No pienso renunciar a un toro de ojos verdes”, espeta Villalón a su amigo el Bisonte, por feudos de Aznalcóllar. Necesario es decir que, la vanidad arrolladora del Bisonte, sugiere al más desastroso de los hombres en lo sensible y necesario. Nos lo va desdibujando con el mismo magisterio narrativo que el sufrimiento y la tortura de la vileza humana, siguiendo con entusiasmo y pavor el rastro de “La estirpe de la loba”, expectante de ternura y alertando de cualquier sesgo sorprendente.         

Viendo en esta novela de género dramático a Gala, urge definir al Bisonte, criatura de escasas luces y estampa de principios del siglo XX, como: mitad bestia, mitad mulo, incapaz de un afecto posible; pero uno contempla asombrado, sucesos recientes en las primeras décadas del presente siglo XXI, sin apartar la mirada del letargo hereditario quizás, de un futuro incierto, que alumbra un pensar sobre qué nos deparará esta bestialidad digital mal entendida y a la postrer peor corregida y educada. Quiero ver muchas similitudes con el presente. “¡Huele a yegua! -espetó al criado, que acababa de abrirle”.              

Uno ve pastizales, dehesas, graneros rebosantes de trigo, heno disuelto por las cuadras de antaño, terratenientes cruzados de brazos y fusta en mano, estructuras de producción necesaria. Y así mismo, te ves de invitado con alborozo a la mejor fiesta cultural del siglo, en la Sevilla deslumbrante, por su trascendencia histórica. Y sin menos interés, con sutil belleza del lenguaje se nos presenta el decorado donde el amor se expresa en la mejor faceta de pureza y sensibilidad. Con fiel reflejo de lo que fue aquel tiempo se ubica delante de los ojos, el tratamiento real que nos daba la vida. Créanme. No debe desestimarse ni olvidar. Y “en esa casa tan bonita, que el chaval miraba obnubilado, había vivido el hombre más vil que él había conocido sobre la tierra”. Los hechos tangibles dejan paso al tiempo, entrando en la piel de cada hombre, en los sentimientos de Teodoro de la Loba y Gran: “No quiero volver a verla nunca, ¿me ha entendido?”  

Y si hubo perversidad o prototipo de señorito andaluz, maltratador de hombres y caballos a lo bestia, sería Doroteo de la Loba, en su máxima expresión, sin época feudal, ni “derecho de la primera noche”. La inspectora Lisonja y su hermana Rosa, arqueóloga, nos llevarán con entereza y profesionalidad, por vericuetos de sorprendente desenlace en misterioso y corrosivo crimen, que por imperativo de poder le fue asignado. Dejándonos intuir la estela del porqué un odio inexpugnable se deja sembrar en estas tierras de abrevaderos y ausencia del total respeto por lo humano y su dignidad.