Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Nadie es profeta en su tierra

María de la Sierra Molina Osuna

La historia de los pueblos la escriben sus habitantes, gentes sencillas y anónimas, cuyas rutinarias vidas suelen pasar desapercibidas para el común de los mortales pero que contribuyen con sus modestas aportaciones al avance y el progreso de los lugares en los que habitan y a dotarlos de la idiosincrasia que los caracteriza.

Una forma de querer a nuestro pueblo es contar su historia y para ello nada mejor que repasar su nomenclátor. El nombre de las calles refleja la manera de ver el mundo de la sociedad que les ha dado nombre, las calles de un pueblo son pues como páginas de un libro de historia.

Cuando el caminante pasea por las calles y rincones de Cabra se percata de inmediato que abundan en las mismas los nombres de personajes pertenecientes a lo que podríamos denominar historia “oficial”, en contraposición a la ausencia de gente sencilla o referencias a momentos gloriosos de la reciente historia. Alcaldes y prohombres de la dictadura franquista (alguno de ellos incluso con un destacado papel de colaborador en la posterior represión y depuración de los maestros afines a la II República), literatos prescindibles en la literatura universal, prácticamente desconocidos cuando se traspasan los umbrales de las fronteras locales, amén de una nutrida nómina de integrantes del santoral católico, conforman el grueso del callejero egabrense.

Sin embargo, llama poderosamente la atención que, a excepción de Juan Muñoz Muñoz y como consecuencia de su trágica muerte, ninguno de los alcaldes que han regido los destinos de Cabra durante la reciente etapa democrática haya sido merecedor de que su nombre figure en el callejero de la ciudad por la que trabajaron incansablemente y cuya representación ostentaron en ejercicio de la soberanía popular manifestada en las urnas. De igual manera, hasta la fecha nadie ha visto conveniente o necesario reconocer a nuestra paisana Carmen Calvo, el hecho de haber sido una de las pocas mujeres que han tenido el privilegio de formar parte del Consejo de Ministros y colaborar, en la medida de sus posibilidades, con el progreso y el bienestar de la ciudad que la vio nacer, hecho del que hace gala cada vez que tiene ocasión.

Dice el refrán que “de bien nacidos es ser agradecidos”, sin embargo este aforismo tiene poco arraigo en nuestra ciudad pues, a diferencia de otras localidades, Cabra no destaca por reconocer los méritos y cualidades de sus hijos y buena prueba de ellos es que hasta el momento de su óbito, nadie había visto conveniente dedicar el nombre de Paco Carmona a ninguno de los numerosos espacios públicos que, a día de hoy, continúan sin recibir ninguna denominación oficial. Parece que solamente después de su fallecimiento se han producido los movimientos necesarios en dicho sentido. Eso si, al final tristemente parece que todos quisieran apuntarse el tanto de la iniciativa.

Sería extensa y prolija la nómina de egabrenses ilustres acreedores de que su ciudad les hiciera un público reconocimiento en forma de humilde placa que diera nombre a una vía o espacio públicos como tributo a sus méritos: José Córdoba Reyes, patriarca gitano fundador de una romería que ha hecho llegar el nombre de Cabra a los rincones más recónditos del planeta; Carmelita Moreno, poseedora de una voz privilegiada que tan magistralmente interpretó algunas de las más características melodías egabrenses grabadas a fuego en el imaginario colectivo de sus paisanos; los celebérrimos saeteros “Curro”, “Elías” y “Vega” o Doña Concha Cabello, a quienes los más mayores recuerdan como la señora de la saeta, y en el mismo palo flamenco el añorado José Barranco Gutiérrez “Chicharito” progenitor de una saga de reconocidos y reputados saeteros cabreños (José Barranco Zúñiga, su hijo y David Barranco Pérez, su nieto). Tampoco han tenido más suerte aquellos cabreños que han destacado en cualquier otro ámbito, así el diplomático Juan Bautista Leña Casas, quién ha dedicado toda su vida profesional a representar a España en cuántos países ha sido destinado por los respectivos gobiernos, o el inigualable y añorado escritor José Juan Delgado Fernández de Santaella, trovador incansable de Cabra, sus gentes y sus tradiciones, no han sido merecedores de que sus nombres nominaran ninguna calle de Cabra, la misma suerte que han corrido otros cabreños que podemos considerar ilustres en función de su trayectoria vital, cuya enumeración sería harto prolija y cuyos nombres, de manera individual o colectiva, a estas alturas están en la mente de quién lea estas atropelladas líneas.

En un afán de buscar denominaciones neutras o asépticas los sucesivos gobiernos locales han abusado de las denominaciones alusivas a plantas, ríos, ciudades… sin ningún criterio lógico o que justifique su vinculación con nuestra ciudad. Así sorprende al viandante la ausencia de alguna vía urbana con el nombre de “Linares”, “Urubamba” o “Santa Coloma de Gramenet”, ciudades hermanadas con Cabra, la última de las cuales cuenta además con un nutrido grupo de habitantes que marcharon allí en épocas recientes huyendo de penurias y estrecheces, como tampoco existe ningún espacio público rotulado con los nombres de “Madrid”, “Valencia”, “Barcelona”, “Bilbao” o “Zaragoza”, rincones de la geografía española que también acogieron las sucesivas oleadas de paisanos que encontraron en la emigración una salidas a unas penosas condiciones de vida. Huelga decir que tampoco existe ninguna denominación que rinda homenaje a “Francia”, “Alemania” o “Suiza”, países que acogieron a las riadas de egabrenses que emigraron durante décadas buscando una vida mejor y unas condiciones de vida que su tierra natal y la política imperante en aquella época les negaban.

Así pues, y con estos antecedentes, no parece demasiado pretencioso dirigir una llamada de atención “a quien corresponda” para que, desde la responsabilidad que les ha sido encomendada por la ciudadanía, bien en el gobierno local o en la oposición, pongan fin a esta injusta situación, tarea en la que también podría colaborar decididamente el adormecido tejido asociativo local, haciendo las oportunas propuestas.

En una época en la que tanto se habla de “crisis de valores” sería bastante aleccionador para las nuevas generaciones que la sociedad cabreña rindiera público tributo a los méritos y cualidades que adornan a aquellos paisanos que han destacado en alguna faceta por sus cualidades humanas, artísticas o profesionales, por sus méritos excepcionales, o por su aportación al bien común. De lo contrario, tristemente seguirá teniendo vigencia en nuestra ciudad aquel aserto que asevera que “nadie es profeta en su tierra”.

 

María de la Sierra Molina Osuna

 

 

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