Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Pana por seda

El pasado 31 de agosto, por el acostumbrado medio del correo electrónico, remití a esta casa el texto de mi artículo «El puzle de una vida». Recibido, como también viene siendo habitual, por Joaquín Caballero —uno de los legatarios de Surdecordoba.com—, éste me respondió, con el gracejo que lo caracteriza, que procuraría su publicación en un par de días, si —cuidado con el condicional— la actualidad no obligaba a priorizar la aportación de otro colaborador.

            Aquella actualidad que el amigo Joaquín, guiado por una insana pasión lúbrica, que algunos contemplamos de lejos, preocupados por nuestra impotencia lubricativa, catalogaba de manera preferencial sobre mi honorable artículo, no era otra que la fallida primera sesión de investidura de Mariano Rajoy, tras las elecciones del 26 de junio. Finalmente, no hubo entremetimiento de tercero interesado, y mi artículo fue publicado el 2 de septiembre. En cambio, el bueno de Joaquín, desesperado (el vocablo está traído a pelo) por el estado de la política nacional, resistió cuanto pudo, hasta que, a veinticuatro horas de las elecciones vascas y gallegas, se desfogó, en un tono acorde con su apellido paterno, con una moderación en el ánimo envidiable (yo habría ofrecido mi voluntad gratuita a ciscarme en un puñado de ascendientes), la cual sólo se permitió perturbar hacia el cierre, advirtiendo de su negativa a volver a votar.

            He de reconocer que me congratulé entonces, aquel día 2. No por la ausencia de contribuciones colaborativas, por supuesto, sino por quedar demostrado el grado de excelencia de los opinantes con quienes comparto espacio, al no rebajarse a gastar teclas y tiempo en tamaña generación política, plagada de míseros pancistas y redomados cainitas… Aunque todos ellos (los pancistas y cainitas) no sean otra cosa que el reflejo de la sociedad de su época, fidedignos representantes de los ciudadanos.

            Porque no me negará ese tufillo mísero y redomado en el golpe de mano contra Pedro Sánchez, cuando su situación era harto delicada. En un arriesgado ejercicio de retrotracción, las elecciones de junio, sin pretender buscar responsabilidades ni culpas, dejaron al PSOE en una posición crítica, dada su historia. Y difícil. Con un tercer partido amenazando claramente su espacio político, y seducido por la fagocitación, no por la alternativa, fuera cual fuera la decisión del todavía Secretario General, el PSOE hubiera quedado muy comprometido. Conformar una coalición de gobierno con el PP y Ciudadanos hubiera disuelto su condición de oposición y su visibilidad en la primera línea. Posiblemente, en otros países europeos, como se le reprochó a Sánchez, el movimiento fuera razonable e idóneo, consecuente con la voluntad de los electores, y, por ende, favorablemente valorado por ellos. Pero España no era (ni es) Europa. Rencor, envidia e incultura… y ese tercer partido llamando a las puertas. Votar no, por su parte, hubiera conducido a unas terceras elecciones, lo mejor para Rajoy, quien se vería beneficiado y recompensado en aquello que adolece el socialismo: una santísima paciencia. Por último, abstenerse hubiera significado la ira de militantes y simpatizantes emborrachados de una permanente inquina contra todo lo procedente de la derecha española, barruntándose la previsión de una migración de electorado a otro partido firme en sus convicciones de izquierdas.

            Pedro Sánchez se decantó por atrincherarse en el no a Mariano Rajoy, orden recibida en un principio por su Comité Federal. Detalle éste que pareció olvidarse cuando el canguelo de quedarse sin el sueldo de diputado o senador mandó su tarjeta de presentación (recuérdese el cabreo de Madina, al instante de quedarse sin escaño en las elecciones de diciembre). Sánchez mantuvo su no, tecleaba, y yo alabé su obstinación, la coherencia de aquellas argumentaciones que le servían de fundamento. Sabía que iba a morir, así que mejor hacerlo sin renegar de sus principios. O sabía que no renegar de sus principios significaba la muerte. Sánchez aguantó, en definitiva, hasta que lo expulsaron mediante una conspiración que venía meses gestándose. Ahora desea recuperar la Secretaría General, como hizo González (a quien también echaron, aunque él no parezca recordarlo ya, al momento de proponer el abandono del marxismo), para regresar con la fuerza de un líder.

            Y es que la principal virtud de la izquierda es su punto débil: el desdén a la autoridad del líder. Es bueno que cada cual pueda manifestar libremente su opinión. El problema aparece cuando, como español de bien, ese cada cual considera que su opinión está por encima de las demás, y es la que debe prevalecer, exterminando las otras.

            El PSOE, ante el miedo a la pérdida del escaño, se arrostró contra su líder, despreciando principios y valores, para apoyar al PP. Manolo Guerrero me comentó lo complicado que lo tendrían los socialistas para recuperar su credibilidad después de tal compostura, a lo cual respondí que dejaron de ser creíbles cuando González cambió la chaqueta de pana por la corbata de seda. Lo que viene a ser hace años.