Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Cinco de Óscar

Superada la resaca de la histórica noche de los premios Óscar, transcrita en los anales con doradas letras en redondilla, y antes de que mi amigo y vecino sureño Manolo Guerrero nos abochorne, un año más, con sus recomendaciones estivales, fóbico paradigma cinematográfico de delirio alucinógeno o chamánico, quisiera dejar constancia notarial (no hay mayor oficialidad que la recamada por esta atalaya cordobesa) de las cinco candidatas mejor posicionadas en esta edición para la categoría.

A modo de sumario liminar o proemio, conviene precisar que, si en verdad existiera la Justicia, el premio a Mejor Película sería el resultado de la suma del conjunto de sus elementos, la mejor obra en bloque, y no de las tendencias o correcciones políticas; como si a cada factor se le concediera una puntuación que, al finalizar, marcase la adición vencedora.

El irlandés es, sin duda, el largometraje de un gran Martin Scorsese, aunque rodó títulos mucho más grandiosos que no fueron reconocidos por la Academia estadounidense. La perfecta narrativa del guión y la aceptable puesta en escena, laureada por un portentoso elenco de actores, no evita al espectador el sinsabor de la ecléctica frialdad del protagonista, Frank Sheeran (Robert De Niro), por muy intermediario o amigable componedor que se perfile, la cual queda eclipsada por el caricaturesco histrionismo de Al Pacino y la prodigiosa naturalidad de Joe Pesci. Tampoco ayuda el novedoso rejuvenecimiento informático sobre el cuerpo de un septuagenario, impedido para corregir los movimientos. Por supuesto que Netflix no iba a recibir ningún premio de la Academia, o uno importante, ya podía dar gracias por participar, pero, dada la competencia de esta temporada, El irlandés no era el trabajo por el que Scorsese merecía ganar.

La magnífica fotografía y el esmerado guión no esconden el evidente hecho de que Joker es Joaquin Phoenix, y sólo Joaquin Phoenix, envuelto por el aura de la banda sonora de Hildur Guðnadóttir. Los Óscar debían ser para ambos con indiscutible mérito. Sin embargo, pese al golpe de autoridad ejecutado por el responsable de la trilogía Resacón (pocos fueron quienes apostaron por él para el proyecto), una película que sobresale por la matrícula de honor del trabajo de su protagonista, o siendo preciso, una película en la cual la egregia interpretación de su protagonista ensombrece la rutilante profesionalidad del resto del equipo, descompensa en exceso aquella puntuación de sus factores y la suma de su conjunto. Joker podría haber obtenido el premio a Mejor Película, si la competencia hubiera sido otra y su historia antisistema no hiciera rechinar los blanqueados dientes académicos.

1917 es la consecuencia de contar con Sam Mendes en la dirección, empero el director nunca debe ser el protagonista de su obra. Y sí, los efectos de sonido y la fotografía son admirables, y por ello fueron galardonados; no obstante, el largometraje adolece de carencias interpretativas (tampoco las necesitaba) y de un guión simplista (tampoco requería lo contrario). Y estos defectos los suple Mendes con un exquisito juego visual, a través de un montaje condensado en una secuencia única y espectacular, que multiplica el valor de la película, sin que baste para adjudicarle el número uno.

Si usted, fiel lector o curioso cinéfilo, me dispensó el honor de leer mi anterior artículo, su habitual perspicacia le hará barruntar que, de haber quedado el lance en manos de quien suscribe, Érase una vez en… Hollywood habría sido agraciada con el Óscar a Mejor Película, porque lo tiene todo, y todo más que bueno. Por poder, podría empezarse por un elenco a la altura de la gallarda capitanía de un Leonardo DiCaprio y un Brad Pitt fantásticos en unas mágicas actuaciones que plasman un asombroso guión cargado de historia e intrahistoria. Y podría continuarse con la selectiva banda sonora, la ambientación y el diseño incomparables, la quimérica fotografía californiana y el estupendo montaje. Y podría concluirse con la maravillosa labor general de un Quentin Tarantino en plena madurez creativa. No corresponde aquí añadir o apostillar nada a lo tecleado en el referido artículo, únicamente, lamentar el infortunio de la fecha de su estreno, que le condujo a una derrota sin atisbo de injusticia.

Pues Parásitos, el legado cinematográfico de Bong Joon-ho, aun cuando la competencia tarantiniana se tornaba dura, reinó en la premiadora noche con honor y razón. Desde el puro holismo, la maestría del largometraje, con su dirección al frente, es incuestionable, sublimando al paraíso de la Historia del Cine, puesto que sus partes, cuales eslabones liberados de su férreo enlace, habría que calificarlas de soberbias o colosales, atendiendo al desarrollo narrativo, la fuerza de las metáforas visuales (¡esos personajes habitando el subsuelo y escondiéndose y apareciendo como cucarachas!), el angustioso escenario, los milimétricos encuadres, la delicadeza de los planos secuencia, el cuadriculado diseño de producción, la naturalidad del detalle y la justificada y justificable crítica socio-económica (¡esas infraviviendas!, ¡ese olor a pobreza!); santificables reseñas para el Arte.