Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Arroba a traición

Julián Valle Rivas

No ignoro la evidente existencia del maltrato y la discriminación hacia la mujer. Son dignos de condena y castigo. Desde mi perspectiva, la equiparación de la mujer en conocimientos y aptitudes a los hombres da fe de su valía. Es decir, ellas alcanzaron en cincuenta años lo que nosotros tardamos siglos. Y nos superan. Sin embargo, todo esto no justifica determinadas políticas absurdas, planteamientos demagógicos y juicios fanáticos lanzados por los mastuerzos que los proponen y los ignaros que los secundan.

En este sandio carnaval, los ataques a la lengua española son los más gratuitos. Una lengua forjada a lo largo de centenares de años es continuamente vilipendiada, tachada como responsable de la situación. Una lengua compartida por más de cuatrocientos millones de personas —se aproxima a los quinientos—, empleada por maestros de la literatura universal, mancillada sin el mínimo decoro, saltando por encima de reglas y normas de fijación, desdeñando las orientaciones de la Real Academia.

El primer zarpazo lo hallamos en la designación. «Violencia de género» es una expresión incorrecta, por el simple hecho de que las personas —a ver si se van enterando de una vez— no tienen género, sino sexo. Las cosas, las palabras, las situaciones o el conjunto de seres sí tienen género, pero no las personas. La Real Academia, en respuesta a una consulta gubernamental, sugirió el término «violencia doméstica»; aunque, entiendo, serían admisibles otras como «violencia de sexo» o «violencia contra la mujer». De nada sirvió el informe académico, ni en esta ocasión ni en sucesivas, ni los emitidos previa solicitud ni los publicados por iniciativa propia. Administraciones, políticos, sindicatos, organismos, asociaciones, instituciones se empecinan en abusar de los sustantivos y adjetivos en masculino y femenino y de los giros del lenguaje con el fin de evitar el masculino neutro. O, estando a la última, colar el símbolo informático «arroba» al menor despiste, clavándolo (el símbolo) a traición, sea para adornar el texto, ahorrar palabras o eludir la barra oblicua seguida de la letra «a», tan conservador y facha, tan disconforme con las nuevas maneras, inconscientes —o no— de que tal actuación empobrece el idioma, debilita su expansión y en nada ayuda a paliar la degradación de los derechos de la mujer.

El pasado mes de marzo la Real Academia Española aprobó un informe del catedrático y académico Ignacio Bosque, donde se analizaban las directrices contenidas en nueve guías sobre lenguaje no sexista elaboradas por comunidades autónomas, universidades y sindicatos. Con el título «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer», el informe reconoce que la discriminación de la mujer es un problema presente en nuestra sociedad, siendo necesario erradicar, y que, además, el propósito de las guías es muy loable, cargado de la mejor de las intenciones, lo cual no ha de implicar «… forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad, impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial —el de las guías— del real, ahondar en las etimologías para descartar el uso actual de expresiones ya fosilizadas o pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás». Inclusive, constantemente se deduce de ellas «… una conclusión injustificada que muchos hispanohablantes […] consideramos insostenible»: «… suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían “la visibilidad de la mujer”». Añade que dichas guías han sido redactadas sin la participación de los lingüistas; de este modo, «… conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media, lo que introduce en cierta manera un conflicto de competencias». Por último, sentencia: «… si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar». Por descontado, ninguno de los autores de las guías tendrá en cuenta el informe.

Andalucía, a la vanguardia de este tipo de prácticas —su «Guía sobre comunicación socioambiental con perspectiva de género» fue una de las analizadas—, plaga cuantos textos promulga de los más imaginativos, aberrantes y descabellados retorcimientos gramaticales acreditados hasta la fecha, para bochorno general.

Desgraciadamente, la discriminación de la mujer es un mal exclusivo del ser humano, con independencia de países y lenguas. Así que háganme el favor de atender a la Real Academia y, de paso, métanse la arroba por donde mejor les quepa.Julián Valle Rivas.

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