Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Sobre Monarquía, Nacionalismos y República Federal

Al socaire de la abdicación de Juan Carlos I me viene el recuerdo de un insigne prieguense, Niceto Alcalá-Zamora, ministro con el Borbón Alfonso XIII y Presidente de la II República, terrateniente y de la Derecha Liberal Republicana (es decir, nada sospechoso de ser un "rojo" separatista) que  decía hace muchos años que España será una república federal...o no será.
 
A pesar que a uno, que abomina del Estado y del Estado-nación (aunque no pueda zafarse de ellos) el debate nacionalista le aburre, considero que es necesario reflexionar con calma sobre los nacionalismos y el Estado  habida cuenta de las pasiones que arrastran unos y lo que nos condiciona en nuestras vidas (pasadas, presentes y futuras) el otro, aunque sólo sea porque llevamos dándole vueltas a eso del federalismo más de 30 años (desde la muerte del enano dictador) y hasta hace poco nadie hablaba en serio de ello (salvo los catalanes y pocos más) y porque el Estado español no ha sabido entender la realidad catalana (como las vasca, la andaluza...) y así nos va.

El nacionalismo como ideología política es una ideología fundamentalmente burguesa y reaccionaria que niega la lucha de clases y ve en la abstracción de la patria el elemento unificador y superador de las desigualdades  (qué tendré yo que ver con el señorito andaluz, el terrateniente, el gran empresario y banquero, por muy andaluces que sean, y cuánto más tendré que ver con un trabajador catalán, alemán o marroquí). De estos nacionalismos burgueses que, como es lógico, buscan que la nación se transforme en un Estado para que la clase dominante patriótica siga dominando a una clase trabajadora… patriótica (que pueda decir el célebre: “son hijos de puta, pero son al menos nuestros hijos de puta”) el peor de todos es el nacionalismo español (que es el que más intransigencia, guerras y dolor ha generado en la Historia de España: el que ha generado el Estado español).

Bien es cierto que el nacionalismo parte de un sentimiento real de las gentes que no hay que despreciar nunca: sentimiento de pertenecer a un territorio, a una cultura, a una forma de sentir y ser. Pero el nacionalismo burgués en lugar de potenciar ese sentimiento y esas expresiones por sí mismas y sin artificios, lo termina adornando con banderas, mitos fundacionales, leyendas, victimismos varios , superioridades raciales,  fórmulas políticas que buscan crear con esos sentimientos unas instituciones de poder para seguir dominando a la clase trabajadora buscando en la oposición al Otro (el otro Estado, la otra nación, el otro trabajador) la razón de su existencia.

Después hay otro nacionalismo que no busca desembocar en un Estado, un nacionalismo que es expresión de resistencia ante un poder (un Estado) que le oprime. Un nacionalismo que no quiere crear otro poder y que es expresión natural del pueblo (es decir, del contrapoder). Un nacionalismo de clase que bebe fundamentalmente en los sentimientos y expresiones de la clase trabajadora de un territorio concreto y que, a la postre, es el nacionalismo más fuerte (aunque aparentemente el que menos se dé a conocer). Un nacionalismo que no hace de la existencia del Otro, por oposición a él, su razón de ser, sino que vive con naturalidad un sentimiento que le hace tener otros sentimientos compartidos…un sentimiento que no pretende tener una expresión institucional: que pretende seguir siendo contrapoder.

Tal vez, desde este nacionalismo, podría llegarse a la conclusión de la necesidad de salirse del encajonamiento que un Estado produce sobre una nación oprimida creando otro Estado independiente que diera alas a esa nación subyugada. Apoyando esta conclusión, no obstante me conjuraría al día siguiente contra ese nuevo Estado, ya que terminaría creando (más pronto que tarde) un nuevo poder basado en el mantenimiento de la desigualdad y que por su propia lógica se fundamentaría en la institucionalización de la violencia y la coerción.

Desde esta reflexión previa algunos apoyamos un Estado federal para España : una república federal que articulara políticamente mejor esos sentimientos nacionales a la par que mejoraría la democracia, la administración y la gestión de los asuntos públicos. ¡Vayamos a una República Federal Ibérica! con Portugal y con Catalunya (si quieren)....aunque al día siguiente sigamos cuestionando el poder y su máxima expresión: el Estado (ahora el nuevo Estado federal).

España como nación (porque también España genera un sentimiento de nación) tiene muy poco tiempo de existencia, menos aún como estado-nación: desde mediados del siglo XVIII (antes había diferentes reinos, con aduanas propias, aunque el mito hable de visigodos y reyes católicos) y el empeño del Estado español en querer imponer un modelo de España que base su unidad territorial en una monarquía (aun basándose en una figura tan  emblemática como provisional) no podrá mantenerse en el futuro.

Ni siquiera se ha avanzado desde el Estado español en convertir al Senado (institución más que inútil) en una cámara territorial. Ni siquiera se ha avanzado en fomentar los sentimientos compartidos, por ejemplo: ¿Qué hubiera costado tener en la escuela pública una asignatura (si se quiere voluntaria) de algo así como lenguas y culturas españolas (o hispánicas, o ibéricas) donde se impartiera conocimientos básicos de  catalán, vasco y gallego (o portugués)? ¿No habría ello contribuido a crear un ambiente de entendimiento y sentimientos compartidos?.

La independencia de Catalunya es ya casi imparable (nos guste o no), incluso al margen de una república federal española (pocas banderas republicanas españolas se ven en Catalunya y sí muchas independentistas estos días de abdicación) pero quizás todavía, con una república federal, se podrían encauzar debidamente esas pulsiones nacionalistas.

Mientras tanto, algunos, cuando el debate de monarquía y república se sucede estos días,  seguiremos anhelando una Federación de Municipios Libres para Iberia, una federación con municipios de cualquier nación, con la asamblea vecinal como base, que sea la mínima expresión política de un Estado y la máxima de democracia y sentimientos compartidos.

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