Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

En manos de quien estamos

Francisco Calvo Poyato

La Europa real, la Europa de a pie, mira expectante las elecciones en Francia con la esperanza de que nuevas formas de hacer atemperen el “dictak” de la señora Rotenmeyer, tontería que breguemos… al tiempo, ¡digo! Me jode ser profeta

La señora Rotenmeyer es la jefa de esos seres en estado perpetuo  de embarazo intestinal debido al exceso de cerveza y salchichas ingeridas en esa suerte de iglesias desacralizadas llenas de humo que apestan a manteca. Allí van por parejas, nariz con nariz, en  bestial dialogo amoroso, como perros y perras que se olisquean entre carcajada y carcajoda -reírse mientras se fornican hasta los ojos- . Con las manos pegadas a esas jarras de birra, jarras que por sí solas saciarían la sed de un rebaño de lechones mamones  mientras se extraen del “appelstruder” hasta la mucosa sexual del subconsciente.

Mazorcos traslucidos por la grasa perenne que les pringa el rostro. Ríen  con hilaridad gutural turbia. Se llenan la boca de su “Geist” que quiere decir espíritu pero es el espíritu de la cerveza que los entontece desde jóvenes, y explican porque más allá del Rhin jamás se ha producido nada interesante en materia de arte, salvo algunos cuadros de jetas repugnantes y poemas de un aburrimiento mortal. Por no hablar de su música, de ese Wagner ruidoso y funerario, o de ese Bach desprovisto de armonía, frío como culo de esposa en noche de invierno, o las sinfonías de ese Beethoven, bacanales chabacanas.

El abuso de la birra les impide tener la menor idea de su vulgaridad. Se consideran profundos porque su lengua es vaga, sin claridad y no dicen exactamente lo que deberían decir, de tal suerte que nunca saben lo que quieren decir, y van y toman  esa incertidumbre por profundidad. Con estos mazorcos desteñidos pasa como con las mujeres: nunca se llega hasta el fondo. Son, con diferencia, los que más han abusado de los dos narcóticos fundamentales de Europa, el alcohol y el cristianismo.

Por el otro lado  están los de Gabachilandia, la otra pata del banco. Perezosos, estafadores, rencorosos, celosos, soberbios mas allá de todo límite. Tanto que piensan que quien no es de los suyos, es un salvaje incapaz de aceptar reproches. Pero basta para que un gabacho o gabacha reconozca alguna tara de su raza con hablarle mal de otro pueblo. Un poner, si uno de nuestro país, el país donde sobra la mala leche, dice “ ¡oh no! ¡aqui somos peores! ¡somos los más envidiosos!”. Y como nunca quieren ser segundos de nadie ni siquiera en lo malo, reaccionan al instante con un “¡Oh, no, aquí somos aun peores que vosotros!” y dale y dale Perico al torno, hasta que se dan cuenta de que han caído en la trampa.

No aman a sus semejantes ni siquiera cuando les trae cuenta. Nadie es tan grosero como un tabernero gabacho, tiene toda la traza de odiar a sus clientes, y de desear no tenerlos (y eso es falso porque el gabacho es codicioso hasta las tripas). Ils grognent toujours, vamos pregúntele algo: sais pas, moi, y sacan los labios hacia fuera como si pedorrearan

Son malos, matan por aburrimiento. Es el único pueblo, junto a los mazorcos, que ha mantenido ocupados a sus ciudadanos durante años, unos cortando cabezas, los otros gaseando, canalizando su rabia hacia otras razas, movilizándose para destruir Europa.

Aquí, no somos mancos tampoco. Fanáticos e intolerantes vivimos de la envidia, la del Madrid ganando al Barsa, la de Nadal chorreando a Jokovic en Montecarlo, la de Endesa en connivencia con la Generalitat y para jodienda colectiva, subiendo la tarifa de los trajes de luces a los toreros. 

Mientras en la “Soviética”, el Lucena CF se sube al carro de la ilusión por jugar en segunda como equipo del Sur de Córdoba. Ahora bien lo mejor entre lo mejor, es lo del  el hijo de mi vecina, el rey de la casa, que no pide perdón por irse de safari  a cazar moscas en la terraza de su piso. Hace bien visto el percal de tanto cutrerio y pobreza. Que me perdone  il signore Eco, por fusilarle literalmente, ¡pero es que me lo ha puesto a güevo! ¡Las llevamos claras! Me jode ser profeta.

 

Francisco Calvo Poyato

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